miércoles, 24 de mayo de 2017

EL QUINTO SOL.

El mundo todavía estaba seguro, por lo que los espíritus comenzaron a preguntarse unos a otros: “¿Quién será el sol?”. Mientras así hablaban, bajaron volando a la tierra y encendieron un fuego para aquel que fuera elegido. Pero sentían miedo. Conforme el fuego se iba poniendo más caliente, lo único que se oía era: “Que otro lo haga”.
 Mientras así se excusaban, el llamado Nanahuatl estaba de pie a un lado, escuchando. Era pobre y tenía el cuerpo cubierto de llagas. Cuando al fin se dieron cuenta de su presencia, todos gritaron. “Nanahuatl será el sol”.
 “No, no”, contestó él. “Tengo llagas”. Pero no le prestaron atención y le ordenaron hacer penitencia para que se volviera sagrado.
 Durante cuatro días, mientras el fuego ardía, se clavó espinas y agujas. Al mismo tiempo ayunaba. Cuando la penitencia hubo terminado, le encalaron el cuerpo para volverlo blanco, le emplumaron los brazos y le dijeron: “No tengas miedo. Te elevarás por el aire e iluminarás el mundo”. Entonces él cerró los ojos y saltó al fuego.
 Cuando su cuerpo se quemó completamente, descendió a la Tierra Muerta y viajó por debajo de la tierra hasta que alcanzó su extremo oriental.
 Entretanto, los espíritus miraban para ver por dónde se elevaría el sol. Ya estaba amaneciendo, pero la luz parecía venir de todas las direcciones. Algunos miraban hacia el norte y otros hacia el sur. Otros pensaban que el sol se elevaría por el oeste. Y otros, incluido Quetzalcoatl, decía: “Se elevará por el este”, y esas palabras fueron ciertas.
 Cuando apareció, el sol era de un rojo brillante. Se bamboleaba hacia adelante y hacia atrás, centelleante de luz, brillando sobre toda la tierra. Tan brillante era que no se le podía mirar sin quedar cegado. Pero nada más aparecer dejó de elevarse.
 Al ver que no seguía su curso, los espíritus enviaron un halcón como mensajero para enterarse de cuál era el problema. A su regreso, el halcón les informó que el sol no se elevaría más hasta que los espíritus se sacrificaran a sí mismos, permitiendo que les quitasen el corazón.
 Coléricos y atemorizados, llamaron a la estrella de la mañana y le pidieron que asaetease al sol con una de sus flechas. Pero el sol hurtó su cuerpo y la flecha voló sin dar en su objetivo.
 Se volvió entonces el sol hacia la estrella de la mañana y le disparó con sus dardos del color de la llama. Herida, la estrella de la mañana cayó a la Tierra Muerta. Los espíritus, dándose cuenta de que el poder del sol era demasiado grande para resistirse a él, se quitaron las ropas y, de uno en uno, aceptaron su sacrificio. Satisfecho por fin, Nanahuatl siguió su viaje por el cielo.
 Ese fue el quinto sol, llamado Sol del Terremoto, el sol que seguimos viendo hoy. En su tiempo la tierra se moverá: habrá terremotos. Y habrá hambre.