martes, 21 de diciembre de 2010

LAS ZAPATILLAS DORADAS



Faltaban sólo cuatro días para Navidad. Aún no sentía el espíritu de la ocasión, a pesar de que el parqueadero de la tienda de descuentos estaba repleto. Dentro de la tienda era peor. Los carros de compras y los clientes de última hora causaban atascos en los pasillos.


¿Para qué vine hoy a la ciudad? Me pregunté. Los pies me dolían casi tanto como la cabeza. Tenía una lista de varias personas que decían no querer nada, pero yo sabía que se quedarían ofendidas si no les compraba algo. Comprar regalos no tenía nada de entretenido para mí. Estaba comprando para gente que tenía de todo, y los precios eran exorbitantes.

Llené mi carro de compras a toda prisa con esas cosas de último momento y me dirigí a las cajas. Escogí la que tenía la fila más corta, pero tendría que esperar al menos veinte minutos para llegar a la caja.

Delante de mí había un niño y una niña. El niño tenía unos cinco años y la niña era un poco menor. Él llevaba un abrigo harapiento y unos tenis viejos y enormes que sobresalían debajo de unos pantalones que le quedaban muy cortos. En sus manos, que estaban muy sucias, tenía varios billetes de un dólar todos arrugados.

La ropa de la niña se parecía a la de su hermano. Su cabeza era una maraña de pelo ondulado. En la cara se le veían restos de la cena. Llevaba en las manos un hermoso par de zapatillas doradas para la casa. Se oía música navideña en el equipo de sonido del almacén y la niñita tarareaba feliz y desafinadamente.

Cuando llegamos a la caja, la niña puso los zapatos con mucho cuidado sobre el mostrador. Los sostenía como si se tratara de un tesoro. La cajera marcó la cuenta.

—Son seis dólares con nueve centavos —dijo.

El niño puso sus billetes arrugados sobre el mostrador mientras buscaba más en los bolsillos de su pantalón. Consiguió reunir 3 dolares con 12 centavos.

—Supongo que tendremos que devolverlas —dijo valientemente. Volveremos después, quizá mañana.

En cuanto oyó eso, la niña dijo con un leve sollozo:

—Pero a Jesús le habrían encantado esas zapatillas.

—Bueno, volveremos a casa y trabajaremos un poco más. No llores, volveremos después —le aseguró su hermano.

En ese instante le pasé tres dólares a la cajera. Esos niños habían esperado un largo rato en la fila, y a fin de cuentas, era Navidad. De repente un par de brazos me rodearon y una vocecita exclamó:

—Muchas gracias, señora.

—¿A qué te referías cuando dijiste que a Jesús le habrían gustado esos zapatos? —pregunté.

El niño respondió:

—Nuestra mamá está enferma y se va a ir al Cielo. Papá dijo que es posible que se vaya a vivir con Jesús antes de Navidad.

La niña añadió:

—En la escuela dominical, mi profesora me dijo que las calles del cielo son doradas, como estas zapatillas. ¿No le parece que mi mamá se vería hermosa caminando por esas calles con zapatos del mismo color?

Los ojos se me aguaron al fijarme en la carita manchada por las lágrimas.

—Sí —le respondí—, no me cabe duda.

En ese momento le agradecí a Dios en silencio que se valiera de esos niños para recordarme lo que significa dar.

Autor desconocido

EL PRESENTE DE NAVIDAD



Alfredo estaba muy contento en Navidad, pues era una fecha muy importante. Era el día del cumpleaños del Niño Jesús, y es lógico, el día en que Santa Claus todos los años venía a visitarlo.


Con sus cinco añitos, esperaba ansiosamente el caer de la noche para volver a dormir, y miraba su grande media que estaba frente a la puerta, pues no tenía árbol de Navidad.

Se durmió muy tarde, por ver si conseguía alcanzar a ver a Santa Claus, pero como el sueño era mayor que su fuerza y voluntad, se durmió profundamente.

En la mañana de Navidad, observó que su media ya no estaba, y que no había regalos en ningún lugar de su casa.

Su padre estaba desempleado. Con los ojos llenos de lágrimas, observaba atentamente a su hijo, y esperaba juntar ánimo para decirle que su sueño no existía.

Con mucho dolor en el corazón lo llama:

- Alfredo, hijo mío, ven...

Pero antes de que el padre pueda hablar...

- ¿Papá?

- ¿Que sucede hijo?

- ¿Santa Claus se olvidó de mí ...

Al decir eso, Alfredo abraza a su padre y los dos se ponen a llorar, cuando Alfredo dice:

- ¿También se olvidó de ti, papá?

- No hijo mío. El mejor regalo que yo podría tener en toda la vida está en mis brazos, y despreocúpate pues yo se que Santa Claus no se olvidó de ti.

- Pero, todos los otros chicos vecinos están jugando con sus regalos... ¿Se salteó nuestra casa?

-No, no la salteó... tu regalo te está abrazando ahora, y te va a llevar para uno de los mejores paseos de tu vida!

Y así fue. Salieron hasta un parque y Alfredo jugó con su padre durante todo el día, volviendo recién al caer la noche.

Llegado a su casa muy somnoliento, Alfredo fue a su cuarto, y "escribió" a Santa Claus:

"Querido Santa Claus: Yo sé que es muy temprano para escribir pidiendo cosas, pero quiero agradecer el regalo que usted me dio.

"Deseo que todos las Navidades sean como esta: haga que mi papá se olvide de sus problemas, y que se pueda distraer conmigo, pasando una tarde maravillosa como la de hoy.

Gracias por vivir, por mi vida, porque descubrí que no es por los juguetes que somos felices, sino por el verdadero sentimiento que está dentro de nosotros, que el Señor despierta en la Navidad.

Te agradece por todo...

Alfredo."

Y se fue a dormir...

Entrando en el cuarto para dar las buenas noches a su hijo, el padre de Alfredo vio la cartita, y a partir de ese día, no dejó que sus problemas afectasen esa su la felicidad, y comenzó a hacer que todos los días, para ambos, fuesen una Navidad.