miércoles, 10 de junio de 2009

CALIDAD HUMANA


En esta época todos hablan de calidad de productos, de calidad de procesos, calidad de servicios, calidad de sistemas... muy poca gente habla de calidad humana, calidad de vida... y sin ella, todo lo demás es apariencia, sin fundamento.
Hablar de calidad humana, es cuidar nuestros vínculos con los demás. Necesitamos rehacer nuestros vínculos humanos.

De nada sirve trabajar de sol a sol en un lugar donde no tenemos amigos y llegar cansados a un hogar en el que nadie se interesa en saber cómo nos fue.

¿Para qué trabajar tanto si nos sentimos solos? Es triste leer un libro y no tener a alguien con quien comentarlo, es doloroso sentirse preocupado y no contar con una persona a quien abrirle el corazón.

De nada vale estar al frente de una cancha de tenis, de fútbol o frente a un juego de salón si no tenemos con quien jugar, con quien disfrutar ese momento.

¿Para qué tener lo que no se puede compartir? Ni las cosas ni el dinero, poseen valor intrínseco. El valor de lo material está en su aplicación, en el servicio a alguien más o la convivencia con alguien más.

La belleza de tener está en compartir. La magia de luchar por una prosperidad económica, estriba, ni más ni menos, en poder ver sonreír a alguien a quien le damos el privilegio de disfrutar lo que ganamos.

Eso es parte de la naturaleza humana: dar, convivir, amar, servir... ayudar. ¡HAZLO!

En muchas ocasiones estamos asustados, asustados de lo que tal vez no podemos hacer; asustados de lo que pensaría la gente si tratamos. Permitimos que nuestros miedos se interpongan en nuestros sueños.

Decimos no, cuando queremos decir sí. Murmuramos cuando queremos gritar, y después... después gritamos a quien no teníamos que hacerlo. ¿por qué?

Después de todo cruzamos por esta vida una sola vez, no hay tiempo para tener miedo. Así que intenta... intenta aquello que no has hecho, arriésgate, participa en el maratón, escribe aquella carta, enfréntate como ganador a las cosas cotidianas.


Desconozco su autor

LA LIBERTAD ES UNA DECISION.


Conocí a Raúl en un seminario, tres años después
de haber sido liberado de un secuestro. Sus captores
lo habían encerrado en un armario durante seis meses
amarrado con cadenas.

Me hablaba con un entusiasmo pleno de ilusiones y
de afecto, parecía feliz a pesar de haber soportado
una experiencia tan dolorosa y destructiva.

- ¿No sientes rabia o rencor contra tus captores?
-le pregunté abiertamente-.

Me miró, se frotó la cara con las manos y su rostro
se ensombreció por un instante.

- Recién salí, -respondió con firmeza-, no fue fácil.
Mi desesperación y mis rencores eran mi peor tortura,
pero un día decidí que ya no quería cargar más las
cadenas.

- ¿A qué te refieres? -dije intrigado-.

- Yo estuve secuestrado con otra persona, -replicó-,
nos liberaron al mismo tiempo. Después me la encontré,
rabiosa y amargada, sólo hablaba de su pasado, del daño
irreversible que le habían causado, de lo crueles que
habían sido, de lo feliz que se sentiría el día en el
que se hiciera justicia.

Guardó silencio por un instante, como si revisara
sus propias reflexiones.

- ¿Sabes? -prosiguió después de una pausa-, al ver
a esta persona me di cuenta que daba lo mismo que lo
hubieran liberado, que su cuerpo estuviera libre,
porque él había decidido continuar secuestrado en
su mente, en su dolor, en su pasado. Prefería pensar
en sus captores, no disfrutaba a su familia, ni de
la posibilidad de construir el presente ni el futuro
que le dio la vida.

- Pero, ¿Cómo se puede olvidar algo tan duro? -seguía
interrogando-.

-Mis captores me quitaron la libertad, pero no voy
a permitir que me quiten mi tranquilidad, si yo continúo
alimentando este rencor, les estaré dando mi vida,
es cómo si eligiera llevarlos conmigo en cada momento,
por el resto de mis días. Ni mis seres queridos ni yo
nos merecemos eso, la verdadera venganza será mi felicidad,
dejarlos atrás y disfrutar de cada instante de mi vida.

Hizo una pausa y miró hacia adelante con una expresión
alegre.

- Las verdaderas cadenas -concluyó- las tenemos en
nuestra mente cuando decidimos continuar apegados al
dolor, al resentimiento o al pasado. Eso es peor que
un armario oscuro, -dijo con énfasis y prosiguió-,
yo prefiero que los míos me recuerden como alguien
que supo reacoger la alegría de la vida y no como
alguien que se quedó alimentando la rabia y la
autocompasión.

Querido lector, ¿cuáles son las cadenas que podrías
empezar a soltar ahora? ¿Cuáles son los eventos
pasados o presentes que puedes dejar de alimentar
con rabia o dolor?

En cada momento puedes decidir agravar tu herida
o empezar a sanarla para siempre.