Los que más vetamos nuestro
crecimiento personal somos nosotros mismos, ya sea por pereza o por miedo al
fracaso, o a salir de nuestra zona de confort.
Hacer lo que amas te da fuerza, te
define y te construye como persona, como alguien que es capaz de trazar su
camino día a día, en libertad y plenitud.
Esto es algo que todos sabemos. Sin
embargo, también tenemos claro que no siempre es fácil hacer lo que realmente
queremos. El trabajo, las obligaciones familiares y, en ocasiones, hasta el
peso de la rutina, nos ponen anclas a esos deseos internos.
En la vida hay que mantener un
adecuado equilibrio. Jamás descuidaremos a los nuestros, a las personas que
amamos, pero es importante recordar que también nosotros somos importantes.
Y que si dejamos de hacer aquello que
nos gusta, poco a poco nos alejaremos de nuestra identidad…
¿Quién dice que es demasiado tarde
para hacer lo que amas?
Es muy posible que en algún momento te
haya pasado lo siguiente: Querer hacer un cambio en tu vida y que alguien, casi
siempre un familiar cercano o un amigo, nos diga aquello de “ya eres demasiado
mayor para algo así”.
Debes recordar que la única persona
con derecho a decirse qué debe hacer o qué no debe hacer en cada momento eres
tú mismo. Puedes escuchar las palabras de los demás con paciencia y respeto,
pero la decisión es tuya.
La mejor edad es la que tienes ahora
No lo pienses dos veces. No existe una
mejor edad o una edad en la que uno pierde el derecho de iniciar cosas nuevas.
Nunca es tarde para lo que nos hace feliz, y eso debemos tenerlo siempre
presente.
La peor lamentación que podemos
hacernos es llegar a la ancianidad siendo conscientes de que la nuestra ha sido
una “vida no vivida”.
Dicen que cada etapa de la vida tiene
sus características y sus experiencias que vivir, que descubrir. De eso no hay
duda, pero no por mucha experiencia acumulada vamos a dejar de “cargar aún más
la mochila”. Cuanta más experiencia, más sabiduría, y mayor aplomo para seguir
viviendo, para hacer lo que amas.
Los que nos dicen que “ya es tarde”
En ocasiones, cuando nos planteamos
aquello de hacer lo que de verdad queremos o siempre hemos soñado, nos
encontramos con algún que otro muro social.
Los muros sociales no son más que
prejuicios, pensamientos limitantes y anclas al crecimiento personal ajeno.
Ten en cuenta que quienes intentan
vetar que hagas aquello que deseas pueden ser las personas más cercanas a tu
círculo social, y lo hacen porque temen perderte, temen que rompas ese vínculo
que tienes con ellos para salir de su zona de control.
Puede que sueñes con un viaje, o con
estudiar esa carrera o, simplemente, priorizarte un poco más cada día
apuntándote a cursos, saliendo un poco más y quedando con amigos.
Hacer lo que amas no siempre se
traduce en cambios extremos. De hecho, la mayoría de las veces son actos
cotidianos que nos dan la felicidad.
Los que nos dicen que ya es tarde,
atacan nuestra autoestima. Nos hacen creer que nuestro tren ha pasado y que la
vida, para nosotros, se reduce a soñar con lo que pudo haber sido y nunca fue.
No lo permitas.
Hacer lo que amas sin provocar daños a
otras personas
La clave es tan sencilla como esta:
Puedes hacer aquello que desees, siempre y cuando tus actos no dañen a las
personas que quieres.
¿Cómo se traduce esto? Debemos tener
en cuenta que a veces, pequeños actos pueden traer consecuencias no deseadas.
No se trata, por ejemplo, de querer dar la vuelta al mundo gastando todos los
ahorros del hogar. Ni aún menos descuidar a nuestros hijos. Todo tiene su
equilibrio.
Hacer lo que amas en libertad, en
plenitud y con ello beneficiar a otros es lo mejor que puede haber. Piensa, por
ejemplo, en las personas que, por fin, vuelven a la universidad para conseguir
esa formación con la que siempre soñaron.
Te recomendamos leer “los amigos
benefician seriamente tu salud“
Algo como esto nos enriquece por
dentro, nos hace sentir orgullosos. Y alguien que se siente bien consigo mismo
puede hacer más felices a los demás.
Hacer lo que amas no debería ser
complicado, y nadie debería ponerte muros, ni siquiera tú. Porque lo creamos o
no, quienes más vetamos nuestro crecimiento personal somos nosotros mismos.
Estas son las formas en que lo
hacemos:
A través de las actitudes limitantes,
pensando que somos demasiado mayores ya para ciertas cosas.
Tener miedo al fracaso, a
equivocarnos.
Temer lo que otros puedan decir de
nosotros al hacer aquello que deseamos en un momento dado.
Pensar que no lo vamos a lograr, que
no somos válidos ya para ciertas cosas…
Debemos ser valientes, tener coraje y
recordar siempre que nunca es tarde para ser felices. Nunca es tarde para
volver a amar, para hacer un viaje o para adquirir nuevas competencias.
Siempre que la ilusión sea fuerte, te
acompañe la salud y el optimismo, nada ni nadie debe ponerte límites.