martes, 3 de febrero de 2009

RECETAS PARA EL "YO"


A veces te quedas pensando en como ciertas personas son populares. Viven rodeadas por otras. Y allá en lo profundo nace aquella puntita de envidia, que no se puede confesar. Tal vez quisieras saber el secreto para tener amigos, para estar bien con la vida, para despertar el corazón de alguien.


Pero te encuentras demasiado desarreglado, o demasiado feo, no te gusta eso o aquello en ti mismo. Ciertamente, te conoces un poco, pero no te apruebas.

Y si tú no te gustas, no existe ninguna razón para que gusten de ti. Si tú mismo no quieres ser tu amigo, ¿Por qué otros habrían de quererlo? Si tú no te amas, ¿Por qué otros te amarían?


Las personas reaccionan con nosotros de acuerdo con el reflejo que les damos. Si siempre sonríes, alegre, vas a tener personas a tu alrededor; si eres malhumorado, van a mirarte de reojo y evitar tu compañía. Y como una bolita de nieve descendiendo por la colina, la situación tiende a complicarse cada vez más.


El caso es que estás siempre queriendo agradar a los demás, no a ti mismo. Buscas la aprobación exterior, cuando tú mismo deberías aprobarte.

Entonces, aprende a amarte primero.

Enamórate de ti, sin exageraciones, pero con amor sincero.

Haz una lista de las cosas que más te gustan en ti y de las cosas que no te gustan.

Realza aquello que te gusta. Es importante. En lo demás, pregúntate sobre alguna forma de cambiar la situación, de manera que puedas crecer en autoconocimiento y autovaloración.

La opinión que tenemos de nosotros mismos es muy importante. Y, aunque se niegue, la opinión que los demás tienen de nosotros es importante también, aunque en menor grado.

Pero atención: una opinión exagerada de ti mismo, tanto en un sentido como en otro, es nociva. El equilibrio es fundamental.

Sin interferir con tu personalidad, puedes cambiar. Aprende a ser una persona bonita, sin buscar la aprobación exterior; eso vendrá por añadidura.

Cuando te arregles, haz algo por ti. Usa colores que te vayan bien, cambia el corte de cabello o el peinado, piensa en la vida como en una cajita de sorpresas, no como un abismo.

Pon una sonrisa en tu rostro, aún estando a solas. Acuérdate siempre de cosas graciosas o bonitas, eso te proporcionará un aire de felicidad. Y la felicidad interna lleva belleza al exterior, por los ojos, por las actitudes, por los gestos y hasta por el habla.

Cultiva la serenidad, aprende la paciencia y el arte de saber escuchar. Habla un poco menos y mira más a los ojos de los que hablan contigo pues eso da seguridad.

Cuando no sepas qué decir, da un abrazo. Eso también vale.

Procura hacer las cosas que te gustan. Date placer, regálate de vez en cuando.

Cuida de tu salud física, mental, espiritual. No cultives resentimientos pues son hierbas dañinas y vuelven feas a las personas.

Cultiva más la palabra perdonar.

Tener estrellas en el cielo es bueno y bonito, pero solo vemos las noches oscuras. Entonces, pon las estrellas dentro de tu corazón. Así, podrás llevarlas a todos lados y ofrecerlas cuando tu corazón lo pida. Créeme: A todos les gusta recibir estrellas de regalo.

Son las cosas pequeñas las que conducen nuestra vida. E influyen en nuestro ambiente. Sentirse bien consigo mismo es dar a los demás el regalo de un nuestro yo satisfecho. Todo el mundo se beneficia.

Antes de dormir, piensa siempre en algo bonito y deja las preocupaciones para el día siguiente. Dormir preocupado no resuelve los problemas, por eso es mejor dormir feliz.

¡ Ámate ! Por más difícil que sea, ¡ Ámate ! ¡ Cada día un poquito más ! Sube esa colina sin prisa pero no desistas del camino. Tú eres un ser importante. Para ti, para el mundo, para Dios.

LA PRUDENCIA


PRUDENCIA: La prudencia es una virtud de la razón, no especulativa, sino práctica: la cual es un juicio, pero ordenado a una acción concreta.

La prudencia nos ayuda a reflexionar y a considerar los efectos que pueden producir nuestras palabras y acciones, teniendo como resultado un actuar correcto en cualquier circunstancia. La prudencia en su forma operativa es un puntal para actuar con mayor conciencia frente a las situaciones ordinarias de la vida.

La prudencia es la virtud que permite abrir la puerta para la realización de las otras virtudes y las encamina hacia el fin del ser humano, hacia su progreso interior.

La prudencia es tan discreta que pasa inadvertida ante nuestros ojos. Nos admiramos de las personas que habitualmente toman decisiones acertadas, dando la impresión de jamás equivocarse; sacan adelante y con éxito todo lo que se proponen; conservan la calma aún en las situaciones más difíciles, percibimos su comprensión hacia todas las personas y jamás ofenden o pierden la compostura. Así es la prudencia, decidida, activa, emprendedora y comprensiva.

El valor de la prudencia no se forja a través de una apariencia, sino por la manera en que nos conducimos ordinariamente. Posiblemente lo que más trabajo nos cuesta es reflexionar y conservar la calma en toda circunstancia, la gran mayoría de nuestros desaciertos en la toma de decisiones, en el trato con las personas o formar opinión, se deriva de la precipitación, la emoción, el mal humor, una percepción equivocada de la realidad o la falta de una completa y adecuada información.

La falta de prudencia siempre tendrá consecuencias a todos los niveles, personal y colectivo, según sea el caso. Es importante tomar en cuenta que todas nuestras acciones estén encaminadas a salvaguardar la integridad de los demás en primera instancia, como símbolo del respeto que debemos a todos los seres humanos.

El ser prudente no significa tener la certeza de no equivocarse, por el contrario, la persona prudente mucha veces ha errado, pero ha tenido la habilidad de reconocer sus fallos y limitaciones aprendiendo de ellos. Sabe rectificar, pedir perdón y solicitar consejo.

La prudencia nos hace tener un trato justo y lleno de generosidad hacia los demás, edifica una personalidad recia, segura, perseverante, capaz de comprometerse en todo y con todos, generando confianza y estabilidad en quienes nos rodean, seguros de tener a un guía que los conduce por un camino seguro.

Como alcanzarla:

· El recuerdo de la experiencia pasada: Si una persona no sabe reflexionar sobre lo que le ha sucedido a él y a los demás, no podrá aprender a vivir. De esta manera la historia se transforma en maestra de la vida.

· Inteligencia del estado presente de las cosas: El obrar prudente es el resultado de un “comprender” mirando la comprensión como la total responsabilidad, como el verdadero amor que libera de las pasiones para llegar al final de la vocación humana “el conocimiento”.

· Discernimiento al confrontar un hecho con el otro, una determinación con la otra. Descubrir en cada opción las desventajas y las ventajas que ofrecen para poder llegar a realizar una buena elección.

· Asumir con humildad nuestras limitaciones, recurrir al consejo de todas aquellas personas que puedan aportarnos algo de luz.

· Circunspección para confrontar las circunstancias. Esto sería que alguna acción mirada y tomada independientemente puede llegar a ser muy buena y conveniente, pero viéndola desde dentro de un plan de vida, de un proyecto de progreso personal, se vuelve mala o inoportuna

La experiencia es, sin lugar a dudas, un factor importante para actuar y tomar las mejores decisiones. Aprender o no es nuestra opción.

LA PACIENCIA








La paciencia no es pasividad ante el sufrimiento, no reaccionar o un simple aguantarse: es fortaleza para aceptar con serenidad el dolor y las pruebas que la vida pone a nuestra disposición para el continuo progreso interno.

A veces las prisas nos impiden disfrutar del presente. Disfrutar de cada instante sólo es posible con unas dosis de paciencia, virtud que podemos desarrollar y que nos permitirá vivir sin prisas. La paciencia nos permite ver con claridad el origen de los problemas y la mejor manera de solucionarlos.

La paciencia es la virtud por la que soportamos con ánimo sereno los males y los avatares de la vida, no sea que por perder la serenidad del alma abandonemos bienes que nos han de llevar a conseguir otros mayores.

La paciencia es una virtud bien distinta de la mera pasividad ante el sufrimiento; no es un no reaccionar, ni un simple aguantarse: es parte de la virtud de la fortaleza, y lleva a aceptar con serenidad el dolor y las pruebas de la vida, grandes o pequeñas. Identificamos entonces nuestra voluntad con la de esa “chispa” divina de la que procedemos, y eso nos permite mantener la fidelidad en medio de las persecuciones y pruebas, y es el fundamento de la grandeza de animo y de la alegría de quien está seguro de hacer lo que le dicta su propia conciencia.

La paciencia es un rasgo de personalidad madura. Esto hace que las personas que tienen paciencia sepan esperar con calma a que las cosas sucedan ya que piensan que a las cosas que no dependen estrictamente de uno hay que darles tiempo.

La persona paciente tiende a desarrollar una sensibilidad que le va a permitir identificar los problemas, contrariedades, alegrías, triunfos y fracasos del día a día y, por medio de ella, afrontar la vida de una manera optimista, tranquila y siempre en busca de armonía.

Es necesario tener paciencia con todo el mundo, pero, en primer lugar, con uno mismo.

Paciencia también con quienes nos relacionamos más a menudo, sobre todo si, por cualquier motivo, hemos de ayudarles en su formación, en su enfermedad. Hay que contar con los defectos de las personas que tratamos –muchas veces están luchando con empeño por superarlos-, quizá con su mal genio, con faltas de educación, suspicacias... que, sobre todo cuando se repiten con frecuencia, podrían hacernos faltar a la caridad, romper la convivencia o hacer ineficaz nuestro interés en ayudarlos. El discernimiento y la reflexión nos ayudará a ser pacientes, sin dejar de corregir cuando sea el momento más indicado y oportuno. Esperar un tiempo, sonreír, dar una buena contestación ante una impertinencia puede hacer que nuestras palabras lleguen al corazón de esas personas.

Paciencia con aquellos acontecimientos que llegan y que nos son contrarios: la enfermedad, la pobreza, el excesivo calor o frío... los diversos infortunios que se presentan en un día corriente: el teléfono que no funciona o no deja de comunicar, el excesivo trafico que nos hace llegar tarde a una cita importante, el olvido del material del trabajo, una visita que se presenta en el momento más inoportuno. Son las adversidades, quizá no muy trascendentales, que nos llevarían a reaccionar quizá con falta de paz. En esos pequeños sucesos se ha de poner la paciencia.