Mi papá murió hace 3 años; partió amargado y solitario. Se fue de
la casa cuando yo tenía 14 años, alegando que quería vivir su propia
vida. Lo hizo a pesar de que no teníamos qué comer. Fue
alcohólico, aunque decía que podía dejar de tomar en cualquier
momento.
Nunca me abrazó porque según él, los hombres no se demuestran
ternura. No jugó conmigo ni con mis hermanos, porque eso es asunto
de mamás.
No sabía nada de mí, pero cuando yo cometía un error, era implacable
conmigo. Decía que trabajaba para su familia, sin embargo en la
práctica éramos la última de sus prioridades. Durante años lo
resentí. Marqué con ese rencor todas mis ilusiones e hice más
frustrantes mis desilusiones.
Un día me casé con una mujer maravillosa y me prometí que no iba a
ser como él. Pensaba que ser buen padre era tratar bien a los míos,
darles lo mejor que pudiera y estar con ellos cuando me necesitaran.
Un día le pregunté a mi esposa por qué mis hijos no me hacían caso a
mí, sino a ella. Quería averiguar por qué los niños no disfrutaban
estando conmigo.
- ¿Sabes? -me respondió.- Cuando estás con ellos lo haces más
porque es tu responsabilidad y no porque sea tu privilegio. Tus
hijos van a disfrutar de ti, sólo cuando tú disfrutes de ellos.
Me di cuenta que era tanto mi resentimiento y mi deseo de ser
diferente a mi papá, que me estaba pareciendo a él. Mi padre no
estaba en la casa por borracho y yo por responsable. Él era lejano
porque los niños eran cosa de mujeres y yo por que quería ser
estricto y educarlos bien.
Entonces comencé a descubrir las maravillas de pasar el tiempo con
mis hijos, a jugar con ellos, a integrarme a su vida. Dejé de
intentar que ellos fueran como yo esperaba, y empecé a apreciar más
lo que ellos eran. Me permití inspirarme con su alegría y
espontaneidad. Caí en cuenta de que yo podía crecer con ellos.
Ya no me esforzaba por ser el adulto que lo sabía todo, mas bien me
inclinaba a ser más la persona que quiere enseñar, pero que también
está dispuesta a aprender. Que no sólo sabe dar, sino que sabe
recibir.
Esto no ha sido fácil. Aún me descubro autoritario, lejano, rígido,
impulsivo. Entonces recuerdo que eso no es lo que soy y me abro de
nuevo al regalo de la vida, de los míos, de mi esposa y de mis hijos.
Hoy, celebro mi oportunidad de ser padre con los abrazos de mis
hijos, con los ejércitos de enanos que crean caos de fantasía, y
que rompen mis esquemas a punta de sonrisas e indolencias.
La infancia de mi padre fue más dura que la mía. A él le enseñaron
que la vida era una carga. Él fue para su padre una carga. No
conoció la ternura ni el apoyo, nadie se sintió orgulloso de él, y
él tampoco aprendió a sentirse orgulloso de sí mismo.
Papá, antes de que te fueras, hubiera querido decirte que para mí,
al igual que para ti, ser un niño no fue fácil. Pero es más difícil
ser adulto, si encadeno mi vida y la de los míos a los rencores y a
los fantasmas del pasado. Hoy quiero perdonarte, darte la libertad
en mi corazón de ser un buen padre, y reconocer que a tu manera
hiciste lo mejor que pudiste con tu vida. Sé que sentiste el dolor
de tus propios errores. No me será fácil convertir en ángeles mis
fantasmas, pero abriré con determinación las puertas de la
aceptación y la gratitud.
Papá, me siento orgulloso de ti, porque sin ti yo no sería lo que
soy, porque tu vida me ayudó a encontrar mi camino. Tu dolor me
ayudó a evitar el mío, tus cualidades florecen en mí y valoro como
un tesoro haberlas heredado de ti.
"El hijo sabio es la alegría de su padre; el hijo necio es el pesar
de su madre"
"El padre del justo experimenta gran regocijo; quien tiene un hijo
sabio se solaza en él"
"Disciplina a tu hijo, y te traerá tranquilidad; te dará muchas
satisfacciones"