Sí, las
nuevas tecnologías están ayudando a sobrevivir a nuestras relaciones. Sin
embargo, el que esto sea así no quiere decir que todas las consecuencias sean
buenas. Estamos dejando de vernos en pro de escribirnos y eso no lo podemos
permitir, hay que vernos más y escribirnos menos.
Los
contactos de hoy se fundamentan más en charlas a través del whatsapp que en
tazas de café compartidas. Por ende, una consecuencia directa es que estos
intercambios no suelen ser tan profundos ni tan ricos como los que establecemos
tomando un café, mirándonos a los ojos y abrazándonos en un día de frío.
Porque
una buena comunicación también se establece a través de un abrazo y reservar
tiempo para las personas que queremos no debería suponer tanto esfuerzo. Si en
verdad no tenemos tiempo, quizás deberíamos revisar nuestro día a día y nuestra
escala de prioridades.
Porque
cuidarnos y cuidar a nuestros seres queridos no deben ser elementos relegados
al final de una lista. Porque las mejores charlas no son a través de whatsapp y
porque lo verdaderamente reconfortante es, precisamente, vernos más.
Redes
sociales virtuales, enemigas de la escucha activa y de no vernos más
Aún hay
muy pocos estudios que analicen el impacto del uso (o abuso) de las redes
sociales en nuestra salud psicológica y en la creación de redes de apoyo social
estables y, por qué no decirlo, reales. No obstante, lo que se está viendo es
que hemos dejado de mirarnos a los ojos para comunicar algo importante. Que las
interrupciones son constantes en los tiempos compartidos y que estamos dejando
de practicar la escucha activa.
El
hecho de mantener una conversación por whatsapp sobre un tema importante hace
que los participantes nos perdamos mucha información importante. Datos o
reflexiones que nos van a permitir una lectura más precisa del problema, además
de mejorar la calidad del apoyo que le podemos ofrecer al otro.
A
través de las redes sociales nos perdemos en apariencias, en verdades a medias
e impresiones forzadas, restando calidad a la relación. Acabamos por no
conocernos al no vernos, por no saber leer el rostro de nuestros amigos, por no
conocer su verdadero sentir.
Aunque
la comunicación sea sincera, siempre será incompleta. Esta es otra de las
razones para vernos más y escribirnos menos. Además, este hecho no está
precisamente exento del devastador efecto acumulativo. Poco a poco, incluimos
estos hábitos comunicativos en nuestro día a día y, por ende, cada vez nos
percibimos de una manera más distorsionada.
Lo que
un día fue una opción comunicativa para todos, hoy nos está convirtiendo en
esclavos. Las personas nos apremiamos a contestar con inmediatez. No hacerlo
puede tener como consecuencia un tremendo enfado, una soporífera discusión
basada en la indignación y una desconfianza que anuda sentimientos.
El síndrome FOMO (Fear of Missing Out)
El
síndrome FOMO hace alusión al miedo a perdernos algo. Este temor responde a la
necesidad generada de estar siempre en línea, de no perdernos ninguna
actualización de lo que está sucediendo en las redes sociales.
Esto
significa que, al final, la vida de los demás es más interesante que la propia
y, por ende, más que las relaciones reales. Sus consecuencias son nefastas para
nuestro estado de ánimo porque dejamos de cuidar nuestra vida y nuestro medio
para cubrir la necesidad ficticia de controlar el entorno virtual.
Lo
cierto es que la necesidad de estar siempre conectados y pendientes de lo que
pasa en la nube nos limita a la hora de disfrutar de las personas de manera
real. La triste realidad es que, en la actualidad, el smartphone está casi
siempre presente, lo que resta calidad y calidez a la relación.
Por
eso, deberíamos tomar como tarea obligada dejar a un lado el teléfono cuando
estamos con alguien y proponer asiduamente que el contacto sea real. Porque,
como hemos dicho antes, las mejores charlas no son a través de whatsapp. Por
eso tenemos que vernos más y evitar que las redes sociales sean nuestra única
vía de contacto, pues este es un canal por el que viaja la información, pero
difícilmente la complicidad.