lunes, 8 de junio de 2009

LOS VIAJES ESPACIALES TE HACEN FEO


Según la ciencia (alabada sea) los viajes espaciales te hacen gordo, petiso y pelado.

El astrobiólogo Lewis Dartness reveló en el Festival Científico de Cheltenham que la vida sin gravedad hace que los huesos no se desarrollen correctamente. No nos referimos a una vida sin circunspección y compostura, sino a una existencia desprovista de la atracción que la Tierra ejerce hacia su centro sobre todos los cuerpos.

Aunque, en realidad, los miembros de esta redacción no descartan que una vida ayuna de compostura también te pueda dejar pelado.

Más allá de esto nos gustaría puntualizar que la caída del cabello necesita de la gravedad para ser "caída". De otro modo sería más bien la "flotada" del cabello. Una advertencia para cómicos espaciales: el chiste "lo único que detiene la caída del cabello es el piso" sólo funciona con gravedad. (Es decir que hay que contarlo sin reírse.)

En fin, volviendo al tema: la falta de esfuerzo para moverse o cargar el propio peso y un ambiente de aire controlado en todo momento hace que los astronautas presenten problemas óseos y musculares. "Los astronautas del futuro, que pasen temporadas muy largas en el espacio, tendrán la tendencia a ser muy fofos", explicó Dartness.


El aire sin polvo y la temperatura controlada hacen inútiles al pelo, pestañas y cejas así que, según la opinión del científico, con el tiempo las generaciones que vivan en forma permanente en el espacio irán evolucionando y perderán todo rastro piloso.

LOS TRES CIEGOS




Había una vez tres sabios. Y eran muy sabios. Aunque los tres eran ciegos. Como no podían ver, se habían acostumbrado a conocer las cosas con solo tocarlas. Usaban de sus manos para darse cuenta del tamaño, de la calidad y de la calidez de cuanto se ponía a su alcance.
Sucedió que un circo llegó al pueblo donde vivían los tres sabios que eran ciegos. Entre las cosas maravillosas que llegaron con el circo, venía un gran elefante blanco. Y era tan extraordinario este animal que toda la gente no hacía más que hablar de él.

Los tres sabios que eran ciegos quisieron también ellos conocer al elefante. Se hicieron conducir hasta el lugar donde estaba y pidieron permiso para poder tocarlo. Como el animal era muy manso, no hubo ningún inconveniente para que lo hicieran.
El primero de los tres estiró sus manos y tocó a la bestia en la cabeza. Sintió bajo sus dedos las enormes orejas y luego los dos tremendos colmillos de marfil que sobresalían de la pequeña boca. Quedó tan admirado de lo que había conocido que inmediatamente fue a contarles a los otros dos lo que había aprendido. Les dijo:
- El elefante es como un tronco, cubierto a ambos lados por dos frazadas, y del cual salen dos grandes lanzas frías y duras.

Pero resulta que cuando le tocó el turno al segundo sabio, sus manos tocaron al animal en la panza. Trataron de rodear su cuerpo, pero éste era tan alto que no alcanzaba a abarcarlo con los dos brazos abiertos. Luego de mucho palpar, decidió también él contar lo que había aprendido. Les dijo:
- El elefante se parece a un tambor colocado sobre cuatro gruesas patas, y está forrado de cuero con pelo para afuera.

Entonces fue el tercer sabio, y agarró el animal justo por la cola. se colgó de ella y comenzó a hamacarse como hacen los chicos con una soga. Como esto le gustaba a la bestia, estuvo largo rato divirtiéndose en medio de la risa de todos. Cuando dejó el juego, comentaba lo que sabía. También él dijo:
- Yo se muy bien lo que es un elefante. Es una cuerda fuerte y gruesa, que tiene un pincel en la punta. Sirve para hamacarse.

Resulta que cuando volvieron a casa y comenzaron a charlar entre ellos lo que habían descubierto sobre el elefante no se podían poner de acuerdo. Cada uno estaba plenamente seguro de lo que conocía. Y además tenía la certeza de que sólo había un elefante y de que los tres estaban hablando de lo mismo. pero lo que decían parecía imposible de concordar. Tanto charlaron y discutieron que casi se pelearon. Pero al fin de cuentas, como eran los tres muy sabios, decidieron hacerse ayudar, y fueron a preguntar a otro sabio que había tenido la oportunidad de ver al elefante con sus propios ojos.

Y entonces descubrieron que cada uno de ellos tenía razón. Una parte de la razón. Pero que conocían del elefante solamente la parte que habían tocado. Y le creyeron al que lo había visto y les hablaba del elefante entero.

EL MANTEL


El nuevo Sacerdote, recién asignado para reabrir una iglesia en los suburbios de Brooklyn, New York, llegó a comienzos de octubre entusiasmado con su primera oportunidad. Cuando llegó a la iglesia se encontró con que estaba en pésimas condiciones y requería de mucho trabajo de reparación. Se fijó la meta de tener todo listo a tiempo para la Nochebuena. Trabajó arduamente, reparando los bancos, revocando las paredes, pintando, etc., y para el 18 de diciembre ya había concluído con casi todos los trabajos, adelantándose a la meta trazada.

El 19 de diciembre cayó una terrible tempestad que azotó el área por dos días completos. El día 21 el sacerdote fue a ver la iglesia. Su corazón se contrajo cuando vio que el agua se había filtrado a través del techo, causando que una área considerable del revoque, de unos 20 por 8 pies había caído de la pared frontal del santuario, exactamente detrás del púlpito, dejando un hueco que empezaba como a la altura de la cabeza.

El sacerdote limpió el desastre en el piso, y no sabiendo que mas hacer sino posponer el servicio de Nochebuena, salió para su casa. En el camino notó que una tienda local estaba llevando a cabo una venta del tipo "mercado de pulgas", con fines caritativos, y decidió entrar. Uno de los artículos era un hermoso mantel hecho a mano, color hueso, con un trabajo exquisito de aplicaciones, bellos colores y una cruz bordada en el centro. Era justamente el tamaño adecuado para cubrir el hueco en la pared dañada. Lo compró y regresó a la iglesia. Ya para ese entonces había comenzado a nevar.

Una mujer mayor iba corriendo desde la dirección opuesta tratando de alcanzar el autobús, pero finalmente lo perdió. El sacerdote la invitó a esperar en la iglesia, donde había calefacción, por el próximo autobús que tardaría 45 minutos más en llegar. La señora se sentó en el banco sin prestar atención al sacerdote, mientras éste buscaba una escalera, ganchos, etc., para colocar el mantel como tapiz en la pared. El sacerdote apenas podía creer lo hermoso que lucía y como cubría todo el área de problema.

Entonces, miró a la mujer que venía caminando hacia donde él se encontraba. Su cara estaba blanca como una hoja de papel. "Padre, ¿Dónde consiguió usted ese mantel?” El padre le explicó. La mujer le pidió revisar la esquina inferior derecha para ver si las iniciales EGB aparecían bordadas allí. Sí, estaban... Estas eran las iniciales de la mujer y ella había hecho ese mantel 35 años atrás, en Austria.

La mujer apenas podía creerlo cuando el padre le contó como acababa de obtener el mantel. Le explicó que antes de la guerra ella y su esposo tenían una posición económica holgada en Austria. Cuando los Nazis llegaron, la forzaron a irse. Su esposo debía seguirla la semana siguiente. Ella fue capturada, enviada a prisión y nunca volvió a saber de su esposo, ni de su hogar.

El padre la llevó en el coche hasta su casa y ofreció regalarle el mantel, pero ella lo rechazó diciéndole que era lo menos que podía hacer después de la amabilidad que él había tenido con ella. Se sentía muy agradecida pues vivía al otro lado de Staten Island y solamente estaba en Brooklyn por el día para un trabajo de limpieza de una casa.

¡Qué maravilloso fue el oficio de la Nochebuena! La iglesia estaba casi llena. La música y el espíritu que reinaban eran increíbles. Al final del servicio, el sacerdote despidió a todos en la puerta y muchos expresaron que volverían. Un hombre mayor, que el sacerdote reconoció del vecindario, seguía sentado en uno de los bancos mirando hacia el frente, y el padre se preguntaba por qué no se iba.

El hombre le preguntó donde había obtenido ese mantel que estaba en la pared del frente, porque era idéntico al que su esposa había hecho años atrás en Austria antes de la guerra y ¿cómo podía haber dos manteles tan idénticos?

El hombre le relató al padre como llegaron los nazis y cómo el forzó a su esposa a irse, para la seguridad de ella, y cómo él estaba dispuesto a seguirla, pero había sido arrestado y enviado a prisión. Nunca más volvió a ver a su esposa ni a su hogar en todos aquellos 35 años.

El sacerdote le preguntó si le permitiría llevarlo con él a dar una vuelta. Se dirigieron en el auto hacia Staten Island, parando en la misma casa donde el padre había llevado a la mujer tres días antes. Ayudó al hombre a subir los tres pisos de la escalera que conducía al departamento de la mujer . Tocó en la puerta y presenció allí la más bella reunión de Navidad que pudo haber imaginado.

Una historia real - ofrecida por el Padre Rob Reid, quien dice que Dios trabaja en forma silenciosa.

"Dios es el principio, el desarrollo, y el final"