Decía mi abuela que, cuando una mujer
se sintiera triste, lo mejor que podía hacer era trenzarse el cabello; de esta
manera el dolor quedaría atrapado entre los cabellos y no podría llegar hasta
el resto del cuerpo; había que tener cuidado de que la tristeza no se metiera
en los ojos pues los haría llover, tampoco era bueno dejarla entrar en nuestros
labios pues los obligaría a decir cosas que no eran ciertas, que no se meta
entre tus manos- me decía- porque puedes tostar de más el café o dejar cruda la
masa; y es que a la tristeza le gusta el sabor amargo.
Cuando te sientas triste niña,
trénzate el cabello; atrapa el dolor en la madeja y déjalo escapar cuando el
viento del norte pegue con fuerza.
Nuestro cabello es una red capaz de
atraparlo todo, es fuerte como las raíces del ahuehuete y suave como la espuma
del atole.
Que no te agarre desprevenida la
melancolía mi niña, aún si tienes el corazón roto o los huesos fríos por alguna
ausencia.
No la dejes meterse en ti con tu
cabello suelto, porque fluirá en cascada por los canales que la luna ha trazado
entre tu cuerpo. Trenza tu tristeza, decía, siempre trenza tu tristeza…
Y mañana que despiertes con el canto
del gorrión la encontrarás pálida y desvanecida entre el telar de tu cabello.