“Cada vez que a una amiga le va bien,
alguna cosita dentro de una muere…”
Una preocupación tan perniciosa que es
capaz de arruinar largos periodos de nuestras vidas, la sensación de que
corremos el peligro de no conformar los ideales de éxito prestados por nuestra
sociedad y de que, como resultado de ello, seremos desposeídas de nuestra
dignidad y respeto; la sensación de que ocupamos un rango muy modesto y de que
podemos caer en uno más bajo, según Alain de Botton.
El estatus se refiere en un sentido
estricto a la profesión y estado civil de una persona. Pero en un sentido más
amplio el estatus es el valor y la importancia que posee un individuo dentro de
su sociedad.
Se trata de un problema creado por la
sociedad occidental por la necesidad de acumular estima y riqueza para con ello
demostrar a los demás que se poseen virtudes como la creatividad, el valor, la
inteligencia y la energía para desenvolverse en la vida y los negocios
La autoestima y el valor propio han
sido relacionados con la riqueza y una buena economía dando como resultado una
ansiedad generalizada.
El estatus social; la preocupación del
siglo.
Sin embargo a partir del XV111, el
estatus y la respetabilidad en occidente comenzaron a ser asociados con los
logros económicos. Diversas corrientes de pensamiento influyeron en este
cambio. La meritocracia que sostiene que el éxito económico de una persona
depende exclusivamente de su esfuerzo e inteligencia y el Darwinismo Social que
propone que solo los más aptos merecen sobrevivir (en términos económicos). Han
sido particularmente determinantes.
Las propiedades, las bien nutridas
cuentas bancarias, la posesión de empresas, han ido convirtiéndose en sinónimos
de respetabilidad. Pero lo cierto es que la inmensa mayoría de la población mundial
carece de lo necesario para ser considerados como respetables. Ante esta falta
de valía en mayor o menor medida tosas hemos sufrido de la mencionada ansiedad
por estatus.
Las recesiones económicas, el retiro,
el ascenso profesional de alguna compañera, son algunos disparadores de dicha
ansiedad a pesar de ser tan común, las evidencias de este drama interno son difíciles
de encontrar, porque como la envidia (sentimiento por cierto, relacionado por
estatus), la gente se avergüenza de manifestarlo.
Dependemos de las señales de respeto
que el mundo nos envía para sentirnos cómodas con nosotras mismas, pero si el
estatus es algo difícil de conseguir, más aun es conservarlo durante toda una
vida.
Ser una perdedora.
Ante los altos estándares que nos
presenta la sociedad actual, el fracaso a corto, mediano o largo plazo resulta
casi inevitable. De allí vendrá la humillación. “la corrosiva idea de que hemos
sido incapaces de mostrarle al mundo nuestro valor” una manera eficaz de dejar
de considerarse una perdedora, es el recordatorio de la propia muerte. El ejercicio
aunque incomodo sirve para reorientar nuestras prioridades: ¿que es lo
verdaderamente valioso de la vida cuando llega al momento de morir?
El artículo fue tomado de SuperMujer.com,mx