Ojalá
volar alto, volar lejos. Ojalá ser solo un punto en el cielo y pasar
desapercibido al mundo que gire bajo mis pies.
Desearía
abrazar por un día al menos esa sensación de libertad, observar la vida desde
mi asiento de nubes y dejar la risa nacer de lo más profundo de mi ser. Que con
mis gritos libres truene el firmamento y de las lágrimas de mi felicidad nazca
una mañana lluviosa en algún lugar.
Estar
tan por encima de todo que ni siquiera las responsabilidades mundanas te puedan
molestar, que los ruidos de la ciudad se cambien por el viento gélido que con
su soplar habrá de erizar cada pelo de tu cuerpo.
Eso
quiero, volar bien alto y alejarme de todo un tiempo. Ascender a mi propio
mundo y dejar que los demás sigan a lo suyo, como si nunca hubiese estado, como
si nunca fuese a estar.
Saber
quién, aún así, se preocupa y alza la mirada al cielo en busca de la nube que
oculte las lágrimas grises que brotan de estos ojos, cansados ya de mirar sin
ver, de fallar al apreciar quién de verdad merece volar conmigo y quién debería
quedarse en tierra, lejos de mí, un simple punto menguante en mi ascenso.
Ojalá
poder volar, liberar la mente y disfrutar de la seguridad de que, por una vez,
estaré haciendo las cosas bien.