Cuando el hambre es emocional somos
capaces de comer sin medida y no sentirnos satisfechos por más que ingiramos
alimentos que, por lo general, tenderán a ser clóricos.
La escena de la chica tumbada en el sofá
con un gran vaso de helado y llorando frente al televisor no solo sucede en las
películas.
Aunque la situación sea diferente en
tu caso y elijas otra comida o un ambiente distinto de tu casa para ahogar las
penas, lo cierto es que cuando nos sentimos deprimidos, tristes o abrumados…
comemos.
¿Cómo podemos evitar comer en esos
momentos? En este artículo te lo contamos.
Comer emocionalmente
Cuando estás estrenado, comes; cuando
estás triste, comes; cuando te sientes ansioso, también comes… ¿Por qué sucede
esto?
Los seres humanos solemos refugiarnos
en la comida cuando algo no va bien.
Esta acción que parece “normal” se
transforma en un mal hábito del que no podemos salir tan fácilmente.
Depender de un alimento (o varios)
para satisfacer nuestras necesidades emocionales no es para nada bueno.
Deberíamos comer únicamente cuando el cuerpo lo solicita desde un punto de
vista fisiológico, no psicológico.
Creemos que si el estómago cruje y nos
duele es que tenemos hambre y, por ende, debemos comer en seguida.
Sin embargo, muchas veces esa señal la
da la mente o las emociones, ya que ambas están acostumbradas a recibir una
recompensa rápida.
El alivio inmediato a través de la
comida puede ser un arma de doble filo debido a que cada vez vamos a necesitar
más para obtener el mismo resultado, tal y como sucede con una droga.
El acto de comer debería estar
influido por el apetito y no por las emociones o el estado de ánimo.
Lo malo es que no siempre podemos
diferenciar cuando se trata de una necesidad fisiológica y en qué momento pasa
a ser un antojo de nuestro cerebro que, tras saborear la comida, produce
sustancias relacionadas con el placer.
¡Por eso la mente siempre buscará una
recompensa similar! Y como se encuentra en la comida… comida te pedirá, aunque
no tengas hambre o recién terminaste de almorzar.
Cuando experimentamos emociones
negativas, comemos (por ejemplo, al estar tristes, un chocolate o, al sentirnos
ansiosos, unas galletas) y el cerebro se siente satisfecho… es allí donde se
formó el hábito y será más difícil revertirlo.
Pasos para no comer emocionalmente
Cada uno de nosotros tiene lo que los
psicólogos llaman “alimentos consuelo“. Es decir, aquellos que elegimos en
determinados momentos o con determinadas emociones.
Por ejemplo, cuando peleamos con
nuestra pareja, comemos chocolate; cuando estamos ansiosos o aburridos, patatas
fritas o, cuando nos sentimos deprimidos, helado y galletas.
¿No te parece extraño que nadie se
consuele comiendo una zanahoria, un tomate o una manzana? La diferencia reside
en el hecho de que las frutas y verduras no tienen niveles elevados de grasas y
por ello no nos satisfacen (o mejor dicho no satisface a nuestro cerebro).
Esta es la primera señal de alerta que
debemos tener para evitar comer sólo por las emociones.
Los pasos que te ayudarán a cambiar
este hábito son:
Determina si tienes hambre de verdad
Esto es lo más complicado de todo
pero, una vez que lo logres, lo demás te parecerá un juego de niños.
Si prestas atención, te darás cuenta
de que la tristeza te llevará a comer cosas que, en otros momentos del día o de
la vida, ni siquiera pasarían por tu cabeza.
El hambre fisiológica es gradual,
puede esperar, está abierto a varias opciones de menú, no genera sentimientos
negativos y lo único que importa es estar satisfecho.
En cambio, el hambre emocional es repentino
y urgente, desea comidas específicas, genera culpa o vergüenza y no basta con
sentir plenitud.
Otra manera de determinar si el hambre
es genuino o no tiene que ver con las cantidades.
Probablemente cuando el apetito sea
físico te sentirás satisfecho con menos comida. Si es emocional te convertirás
en un “pozo sin fondo” y luego es probable que te duela el estómago, tengas
ganas de vomitar o quieras dormir por horas.
Identifica cuando comes “por gusto”
Prestar atención a cómo te sientes es
muy importante para saber si tus ganas de comer se deben a una necesidad física
o no.
Por ejemplo, si cada vez que te va mal
en un examen, haces algo incorrecto en el trabajo, peleas con tus padres o
tienes un entredicho con tu pareja comienzas a devorar alimentos, es probable
que la tristeza sea quien habla y no tu estómago.
Analiza lo más objetivamente posible
en qué momentos eres más proclive a comer sin miramientos. Esto te ayudará a
escapar de la cocina o de la nevera tras esas situaciones puntuales.
Esconde las tentaciones
Este paso o consejo quizás sea muy
exagerado, pero es eficaz para las primeras veces que intentes no comer de
manera emocional.
Si vas a la cocina a por una onza de
chocolate y lo único que encuentras es una naranja tienes dos opciones: comer
la naranja o regresar a lo que estabas haciendo (podrías ir a comprar
chocolate, pero esa no es la cuestión).
Si tienes hambre de algo salado y lo
primero que ves son unas patatas fritas, ¿qué harás? Por supuesto, comerlas.
En cambio, si apenas abres la alacena
te encuentras con unas galletas de arroz, seguramente las termines ingiriendo.
Tal vez esto no te quite el hábito pero, al menos, evitará los atracones y el
aumento de peso por comidas poco saludables.
Ten el control
Ya has identificado qué comes
emocionalmente y cuándo lo haces. El siguiente paso es concentrarte en otras
cosas y ser tu el que tiene las riendas de la situación.
El impulso por comer cuando estás
triste será muy fuerte y tendrás que ser muy estricto y comprometido contigo
mismo para ganar esta batalla.
Puedes probar haciendo actividades que
te generen placer o te hagan sentir bien como, por ejemplo, leer, ver un
capítulo de tu serie favorita o una película, escuchar música divertida, salir
a caminar, ir de compras, practicar yoga, hablar con una amiga…
Las opciones son tantas que no
podríamos escribirlas todas en este artículo. Tú más que nadie sabe qué le
provoca felicidad al instante (que no sea la comida).