martes, 4 de septiembre de 2018

LEYENDA DE OKIKU




Cuenta la leyenda que en 1918, un jovencito llamado Eikichi Suzuki compró una muñeca como un regalo para su hermana Kikuko. Esto ocurrió en Tanuki-koji, una calle de Sapporo, Hokkaido, donde el joven se encontraba visitando una exposición marina.

La muñeca no era nada del otro mundo, era tan bonita como las demás muñecas: media aproximadamente unos 40 centímetros, vestía un kimono tradicional de la región, en su cara de porcelana se hacían espacio dos grandes ojos que simulaban dos perlas negras y su cabello era nigérrimo y cortó a la altura de los hombros.

La pequeña Kikuko quedó tan encantada con la muñeca que no la soltaba en ningún momento y jugaba con ella durante la mayor parte del día, hasta comenzó a llamarla Okiku. Sin embargo, un año después de que le hicieran el obsequio, la niña murió a causa de un resfriado que se le complicó con una fiebre altísima.

Leyenda de Okikua a pesar de las extrañas y repentinas condiciones de su muerte, la familia ubicó la muñeca en un altar que habían alzado para conmemorar a la pequeña. Todos los días se reunían allí para orar por la niña, hasta que con el paso del tiempo empezaron a darse cuenta de algo impactante: el cabello de la muñeca estaba creciendo. Logró alcanzar los 25 centímetros y le llegaba a la altura de las rodillas, donde se detuvo. La familia entonces decidió cortarlo por los hombros, como era originalmente, pero este volvió a alcanzar el tamaño y siempre se detenía ahí, a la altura de las rodillas.

En el año 1938 la familia Suzuki decidió mudarse a Sakhalin y donaron la muñeca al templo Mannenji, en la ciudad de Iwamizawa, donde se encuentra hasta la actualidad. Quienes la cuidan aseguran que periódicamente se le corta el cabello porque sigue creciéndole. Ante este raro fenómeno, el personal del templo tomó una muestra para que la examinaran y los resultados del laboratorio arrojaron que el cabello pertenece a un humano.

Se piensa entonces que la muñeca Okiku guarda en su interior nada más y nada menos que el alma de la niña de los Suzuki, y que ha permanecido ahí desde 1919 cuando falleció bajo esas extrañas circunstancias.