Será bueno volver por un momento a la historia de la creación de los mixtecas, quienes, emanando de poblaciones en cierto modo aisladas en el extremo sur del imperio mexicano, al menos nos aportan una imagen viva de lo que una tribu fuertemente relacionada con la raza nahua aporto un gran caudal del proceso creativo.
Cuando la tierra surgió de las primitivas aguas, un día, el dios-ciervo, que llevaba el apellido serpiente-puma, y las bella diosa-cierva, o serpiente-jaguar, aparecieron. Tenían forma humana y con sus amplios conocimientos ( es decir, con su magia) ascendieron a una alta colina sobre el agua y construyeron en ella magníficos palacios para su residencia. En la cima de esta colina colocaron una hacha de cobre con el filo hacia arriba, y sobre este filo reposaba el cielo. Los palacios permanecieron en lo alto mixteco, próximo a Apoala, y la colina se llamo “lugar donde permanecían los cielos”.
Los dioses vivieron juntos y felices durante muchos siglos, cuando sucedió que dos pequeños niños nacieron, bellos de forma y hábiles y experimentados en las artes. Desde el momento de su nacimiento fueron llamados viento de nueve culebras y viento de nueve cavernas. Se tuvo mucho cuidado con su educación y sabían como transformarse en un águila o en una culebra, o hacerse invisibles o incluso atravesar cuerpos sólidos.
Después de un tiempo, estos dioses llenos de juventud decidieron hacer una ofrenda y un sacrificio a sus ancestros. Tomando vasijas de incienso hechas de arcilla, las llenaron de tabaco, al que prendieron fuego, dejándolas arder lentamente.
El humo ascendió hacia el cielo, y esa fue la primera ofrenda ( a los dioses). Luego hicieron un jardín con arbustos y flores, árboles frutales y hierbas con fragancias dulces. Contiguo a esto, hicieron un prado y lo equiparon con todo lo necesario para el sacrificio.
Los piadosos hermanos Vivian con satisfacción en este trozo de terreno, lo cultivaban, quemaban tabaco, y sus oraciones, votos y promesas suplicaban a sus ancestros que permitieran aparecer la luz, recoger agua en ciertos lugares y permitir que la tierra no estuviese cubierta de agua, puesto que no tenían más que un pequeño jardín para su subsistencia.
Para fortalecer sus rezos perforaban sus orejas y sus lenguas con puntiagudos silex y rociaban la sangre sobre los árboles y plantas con un cepillo de ramitas de sauce.
Los dioses-ciervo tuvieron más hijos e hijas, pero hubo una inundación en la que muchos de ellos perecieron. Tras la catástrofe, el dios llamado creador de todas las cosas formo los cielos y la tierra y restauro la raza humana
Cuando la tierra surgió de las primitivas aguas, un día, el dios-ciervo, que llevaba el apellido serpiente-puma, y las bella diosa-cierva, o serpiente-jaguar, aparecieron. Tenían forma humana y con sus amplios conocimientos ( es decir, con su magia) ascendieron a una alta colina sobre el agua y construyeron en ella magníficos palacios para su residencia. En la cima de esta colina colocaron una hacha de cobre con el filo hacia arriba, y sobre este filo reposaba el cielo. Los palacios permanecieron en lo alto mixteco, próximo a Apoala, y la colina se llamo “lugar donde permanecían los cielos”.
Los dioses vivieron juntos y felices durante muchos siglos, cuando sucedió que dos pequeños niños nacieron, bellos de forma y hábiles y experimentados en las artes. Desde el momento de su nacimiento fueron llamados viento de nueve culebras y viento de nueve cavernas. Se tuvo mucho cuidado con su educación y sabían como transformarse en un águila o en una culebra, o hacerse invisibles o incluso atravesar cuerpos sólidos.
Después de un tiempo, estos dioses llenos de juventud decidieron hacer una ofrenda y un sacrificio a sus ancestros. Tomando vasijas de incienso hechas de arcilla, las llenaron de tabaco, al que prendieron fuego, dejándolas arder lentamente.
El humo ascendió hacia el cielo, y esa fue la primera ofrenda ( a los dioses). Luego hicieron un jardín con arbustos y flores, árboles frutales y hierbas con fragancias dulces. Contiguo a esto, hicieron un prado y lo equiparon con todo lo necesario para el sacrificio.
Los piadosos hermanos Vivian con satisfacción en este trozo de terreno, lo cultivaban, quemaban tabaco, y sus oraciones, votos y promesas suplicaban a sus ancestros que permitieran aparecer la luz, recoger agua en ciertos lugares y permitir que la tierra no estuviese cubierta de agua, puesto que no tenían más que un pequeño jardín para su subsistencia.
Para fortalecer sus rezos perforaban sus orejas y sus lenguas con puntiagudos silex y rociaban la sangre sobre los árboles y plantas con un cepillo de ramitas de sauce.
Los dioses-ciervo tuvieron más hijos e hijas, pero hubo una inundación en la que muchos de ellos perecieron. Tras la catástrofe, el dios llamado creador de todas las cosas formo los cielos y la tierra y restauro la raza humana