domingo, 21 de mayo de 2017

EL PRIMER SOL

Cuando la tierra se hubo extendido sobre el agua y se hubieron formado las montañas y los valles, los espíritus empezaron a recoger luz para hacer el sol. Mientras ellos trabajaban, Tezcatlipoca estaba pensando: “Yo debería ser el sol”. Pero era oscuro como una sombra.
 Cuando el trabajo hubo terminado, todos se retiraron para admirar lo que habían hecho. “Esta es mi oportunidad”, pensó Tezcatlipoca, agarrando el sol recién hecho y atándolo a su cintura. Cuando se elevó al cielo, arrojando sombras y pedazos de luz, los otros espíritus le miraron y dijeron: “En fin, alguien tenía que ser el sol. Dejémosle hacer lo que pueda”. Entonces se dieron la vuelta y empezaron a crear al primer pueblo.
 Pero la gente que hicieron eran gigantes, y cuando empezaron a caminar por la tierra eran constantes los gritos de “¡No te caigas! ¡No te caigas!”. Siempre que un gigante se encontraba con otro, su saludo era: “¡No te caigas!”, pues si alguno se caía no sería capaz de volver a levantarse. Cuando vagaban de un lugar a otro, temerosos de agacharse o inclinarse, los gigantes sólo podían comer los frutos que cogían de los árboles.
 Pero cuando el sol llegó arriba del cielo, de repente el mundo se volvió oscuro, pues el sol que habían hecho los espíritus sólo tenía fuerza para durar la mitad del día. Por lo visto los espíritus habían cometido un error. La gente era demasiado grande y el sol demasiado pequeño.
 Después de trece veces 52 años, Quetzalcóatl, con un gran palo, alcanzó a Tezcatlipoca y golpeándole lo arrojó fuera del cielo. Este último cayó al océano, cambió de forma, salió a tierra convertido en un jaguar y se comió a toda la gente. Ese fue el fin del primer sol, llamado el Sol Jaguar. Como recordatorio de su caída, la constelación del jaguar se sigue hundiendo en el océano todas las noches.

Monos, pavos y peces.
Cuando el primer sol hubo caído del cielo, Quetzalcóatl tomó su lugar y se convirtió en el sol llamado Sol del Viento. Había personas bajo ese segundo sol, pero sólo tenían piñones para comer. Un año tras otro, sólo comían piñones, hasta que por fin Tezcatlipoca se levantó en forma de jaguar, corrió por el cielo y golpeó con las patas por atrás al Sol del Viento. Este, al caer, fue ganando velocidad y se transformó en un viento tormentoso, barriendo todo lo que había sobre la tierra. Desaparecieron los árboles y las casas. Todas las personas fueron arrastradas por el viento, salvo unas cuantas que permanecieron colgadas en el aire y que se transformaron en monos.
 Cuando hubo desaparecido el segundo sol, el espíritu de la lluvia fue al cielo y se convirtió en el sol llamado Sol de la Lluvia. Había personas bajo ese tercer sol, pero para comer no podían encontrar otra cosa que maíz de río. Todavía no se había descubierto el verdadero maíz. Finalmente, Quetzalcóatl envió una lluvia de fuego y piedras calientes que quemó la tierra. Tan calientes eran que el propio sol ardió en llamas. Las pocas personas que habían escapado se transformaron, y cuando el fuego se hubo enfriado corrieron sobre la tierra ennegrecidas en forma de pavos.
 Quetzalcóatl invitó a la esposa del espíritu de la lluvia a que se convirtiera en el cuarto sol, y ella aceptó. Durante el tiempo de este cuarto sol, llamado Sol del Agua, había muchas personas, pero seguían sin tener otra cosa que comer que maíz de hierba. El verdadero maíz aún no se había descubierto. Un año tras otro comían maíz de hierba y se sentaban a mirar la lluvia. Llovía todo el tiempo.
 Por fin, un año llovió tanto que los lagos y los ríos se elevaron por encima de las montañas, y todas las personas se convirtieron en peces.
 Tanto llovió que el mismo cielo se desplomó sobre la tierra. Hasta que finalmente no quedaba más lluvia. Entonces Quetzalcóatl y Tezcatlipoca se arrastraron bajo el borde del cielo, uno por cada lado, y se transformaron en árboles, el Sauce Quetzal y el Árbol Tezcatl. Conforme estos dos árboles crecían, uno a cada lado del mundo, el cielo era empujado hacia arriba hasta que llegó al lugar en donde había estado antes.
 Dejando los dos árboles en su lugar, los dos espíritus se subieron por el borde y viajaron los dos por el cielo. Al encontrarse en el centro, se quedaron juntos y se proclamaron los gobernantes de todo lo que veían.
 El camino por el que viajaron es el Camino Blanco, que aún puede verse en el cielo de la noche.
Desde la tierra muerta. El diluvio que había cubierto la tierra había desaparecido. Pero los espíritus estaban preocupados. “¿Quiénes serán las personas?”, se preguntaban. “La tierra está seca, y también los cielos están secos. ¿Pero, quiénes serán las personas?”.
 Mientras estaban pensando, Quetzalcóatl bajó a la Tierra Muerta que había detrás del mundo y, al llegar ante el Señor de la Tierra Muerta y su esposa, que guardaban los huesos de los muertos, gritó: “¡Dadme vuestros huesos!”.
 No hubo ninguna respuesta.
 “He venido aquí para llevarme esos valiosos huesos que estáis guardando”.
 “¿Para qué los quieres?”
 “Los espíritus están preocupados y no dejan de preguntarse: ‘¿Quiénes serán las personas?’.”
 “Toma mi trompeta”, dijo el Señor de la Tierra Muerta. “Tendrás los huesos si puedes tocar mi trompeta y dar cuatro vueltas a mi bello país.” Pero la trompeta no estaba hueca.
 Entonces Quetzalcóatl susurró a los gusanos que vivían de la Tierra Muerta: “Gusanos, venid a agujerear esta trompeta”. Cuando lo hubieron hecho, abejas y avispones volaron por el interior y comenzaron a zumbar.
 Cuando Quetzalcóatl circundó la Tierra Muerta con la trompeta zumbante, el Señor de la Tierra Muerta lo escuchó y le dijo: “Tuyos son los huesos. Llévatelos”. Pero luego dijo a todos los muertos que estaban rodeándola: “Decidle a este espíritu que no se puede llevar los huesos para siempre. Al cabo de un tiempo habrá de devolverlos”.
 “Dice nuestro señor que tienes que devolverlos”, gritaron todos.
 “No”, respondió Quetzalcóatl. “Han de vivir para siempre.”
 Pero sus pensamientos interiores le advirtieron: “No digas eso. Diles que los huesos regresarán”. Gritó entonces: “Los devolveré”. Y rápidamente agarró los huesos de los hombres y los de las mujeres, los envolvió y echó a correr.
 “No le creemos”, gritó el Señor de la Tierra Muerta. “Si dejamos que se los lleve nunca los devolverá. ¡Cavadle una tumba!”
 Los muertos cavaron entonces una tumba para Quetzalcoatl. Trató de escapar, pero una bandada de codornices cayó sobre él y le hirieron, por lo que tropezó y cayó inconsciente en la tumba.
 Al recuperar el sentido vio que los huesos estaban esparcidos y que las codornices los habían mordido y mordisqueado. Sollozando, preguntó a sus pensamientos interiores: “¿Cómo puede ser esto?”. Sus pensamientos interiores le respondieron: “¿Que cómo puede ser? Los huesos han sido mordisqueados y al cabo de un tiempo se pudrirán. Habrá muerte. Es algo que no puedes cambiar”.
 Se sintió muy triste, pero viendo que no podía llevarse los huesos libremente, los recogió, los llevó a un lugar por encima del cielo y se los dio a un espíritu llamado Mujer Serpiente, la cual los machacó hasta convertirlos en polvo y los puso en un cuenco de jade. Entonces Quetzalcóatl derramó en el cuenco sangre de su cuerpo, y lo mismo hicieron todos los demás espíritus.
 Cuando los huesos tuvieron vida, los espíritus gritaron: “¡Han nacido las personas! Serán nuestros servidores. Nosotros sangramos por ellos y ellos sangrarán por nosotros”.