Hace mucho tiempo, un día, Chaac, el
Dios de la lluvia, vio que la tierra del campo ya no era muy fértil y decidió
arreglar ese problema. Entonces pensó quemar el campo para después sembrarlo
nuevamente con todas las semillas de los árboles y las plantas que había. Llamó
a todos los pájaros para que lo ayudaran en este trabajo, y les dijo: vayan y
que cada uno de ustedes rescate la semilla que más les agrade. Quiero que la
conserven para que la sembremos otra vez, ya que se haya apagado el fuego.
Ustedes tienen la tarea de salvar las semillas, hagan bien este trabajo pues de
ello depende la existencia de la Tierra. Entonces todos los pájaros se fueron a
rescatar las semillas de los campos que ya estaban incendiados, pero el pájaro
Toh, o reloj, que vive en las cuevas o cerca de los cenotes, era muy flojo y
cuando llegó dijo: Voy a dormir un rato y luego agarro la semilla.
Se acostó y puso su cola atravesada en
el camino, para que cuando los demás pájaros pasaran, se la pisaran y se
despertara. Pero, se durmió mucho tiempo y no sintió cuando pasaron. Cuando
despertó, el fuego ya casi se había apagado y la parte de su cola que estaba en
el camino quedó pelada, porque todos los pájaros pasaron sobre ella. Sin embargo,
el Toh entró al campo donde hubo el incendio y agarró la única semilla que
quedaba: la del tomate verde. Por eso el Toh, tiene los ojos verdes. Pero hubo
muchos pájaros que entraron a los campos cuando las llamas estaban muy grandes
y, arriesgando su vida, salvaron distintas semillas.
Uno de esos pájaros fue el Dziú, quizá
el más valiente, pues él entró cuando el incendio estaba muy fuerte, y salvó la
semilla más valiosa: la del maíz. Él logró rescatar varios granos que cuidó
mucho y después sirvieron para las nuevas siembras. Sin embargo, sus plumas se
quemaron y se quedaron grises, sus ojos también se le enrojecieron por el humo,
y ahora el pájaro Dziú, tiene la punta de sus alas del color de las cenizas.
Pero Chaac decidió premiarlo, y de
acuerdo con los demás pájaros, le dieron el derecho para toda la vida, de
depositar sus huevos en los nidos de otros pájaros sin tomarse el trabajo de
empollar sus huevos, ni cuidar, ni alimentar a sus hijitos, quedando todo eso a
cargo de los otros pájaros. Así fue como todos premiaron al pájaro Dziú, por
haber salvado la semilla del maíz. En la actualidad sólo grita su nombre cuando
elige un nido y los pájaros miran si acaso fue el suyo el escogido, dispuestos
a cumplir su promesa.