No debemos dejar que los juicios
ajenos condicionen nuestra vida. Si bien las críticas constructivas pueden
ayudarnos a crecer, debemos aprender a ignorar aquellas que pretendan hacernos
daño.
¿Cuántas veces has tenido que hacer
frente a los juicios ajenos? En ocasiones, no tenemos bastante con el camino
que nos vemos obligadas a recorrer cada día, como para tener que “cargar”
también con la valoración de terceras personas sobre lo que hacemos o dejamos
de hacer.
Decir que no nos afecta es a veces
falso.
Hacer oídos sordos a esos comentarios
que se atreven a juzgar nuestras acciones como si tuvieran el don de la
sabiduría universal no siempre es fácil. Sobre todo si viene de boca de
personas significativas: nuestra familia, nuestras amistades…
Ahora bien, nadie será un auténtico
amigo o un familiar significativo si se atreve a juzgarnos sin conocer nuestras
emociones, o todos los momentos vividos que cargamos en nuestra espalda y
nuestro corazón.
Préstales tus zapatos, porque nadie
más que tú conoce el dolor de esas piedras que has tenido que recorrer, los
ríos que has cruzado a veces sin pedir ayuda a nadie… Hoy en nuestro espacio te
invitamos reflexionar sobre ello.
El camino que hemos construido y los
senderos vitales que nos definen
Tú no eres solo esa mujer que refleja
tu espejo. No eres únicamente tu forma de vestir, ni las palabras que les
dedicas a los demás.
Eres tu camino y todas tus
experiencias vividas e integradas en lo más hondo de tu ser… Esas que nadie más
que tú sabe y que nadie tiene por qué conocer si así lo deseas.
Nadie transita este mundo hablando a
cada momento de todo lo que ha tenido que superar, nadie tiene por qué
proclamar sus decepciones, sus derrotas o sus victorias. Entonces… ¿Por qué hay
personas que se atreven en ocasiones a juzgarnos sin saber?
Las personas acostumbradas a juzgar a
los demás suelen ser por lo general las más frustradas.
Suelen ser personalidades insatisfechas
con ellas mismas que proyectan a su vez su necesidad de control e intervención
en vidas ajenas.
Es común que muchos de nuestros
familiares tengan como costumbre juzgarnos: “Es que eres una confiada y por eso
te pasa lo que te pasa”, “Es que lo hiciste mal desde un principio, crees que
tú puedes con todo y no es así”.
Nos juzgan con la intención de
ayudarnos y ofrecernos una enseñanza, pero en realidad desean controlarnos y
que “encajemos” en su forma de pensar, en sus directrices.
En ocasiones, quien juzga tu camino
recorrido intenta justificar su propia vida desacreditando a los demás. Es algo
muy común.
¿Quieres leer más? Solo tú sabes lo
que has superado y lo que has dejado ir
En realidad, cuando nos juzgan no dan
argumentos válidos que nos sirvan de algo. Casi siempre buscan el ataque, la
afrenta o el desprecio. Sus razonamientos son muy reduccionistas.
Carecen de autocrítica. No son capaces
de valorar sus propios actos, sus propias palabras para ver que cometen errores
o que son capaces de hacer daño. Se limitan a proyectar toda la crítica en los
demás.
Por lo general, las personas
acostumbradas a juzgar nuestro camino carecen de una auténtica vida, de
aficiones, de pasiones que les ayuden a relativizar las cosas y dejar de
centrarse tanto en los demás.
Cómo defenderse de los juicios ajenos
A menudo nos decimos aquello de “a mi
no me afecta”. Y puede ser así, siempre y cuando el juicio nos lo emita un
compañero de trabajo o una persona con la cual no tenemos un vínculo muy
íntimo. Lo olvidaremos con facilidad.
Ahora bien… ¿Qué ocurre cuando un
amigo, tu pareja o un familiar es capaz de juzgar tu camino?
En estos casos es común sentirnos
ofendidos, e incluso heridos. Lo primero que debes hacer es mantener la calma y
centrarte en ti misma a través de verbalizaciones como las siguientes:
“Yo sé quién soy, sé lo que he
superado y me siento orgullosa por cada paso realizado, por cada aprendizaje
obtenido de mis errores”, “Nadie más que yo tiene derecho a juzgarme, porque
solo yo sé qué siento y lo feliz que soy con mi forma de ser y con todo lo que
he conseguido”.
Una vez hayas reafirmado y protegido
tu autoestima, evita lanzar comentarios hirientes. Si demostramos desprecio o
rabia los sentimientos negativos tardarán más en desaparecer y nos causarán más
daño.
Muestra decepción. Deja claro que
nadie tiene derecho a juzgarte de esa manera y que el simple hecho de hacerlo
demuestra que no te conocen. Y por lo tanto, te defraudan.
Quien se atreve a criticar tus caminos
y todos tus senderos vividos, es que no ha sido un buen compañero de viaje. Y
no importa que sea tu madre, un hermano o tu pareja.
Quien no acepta que en alguna ocasión
te hayas equivocado y te juzga por ello es que se tiene en muy alta estima a sí
mismo. Quien se ve a sí mismo como alguien que nunca comete faltas o malas
decisiones carece de autocrítica y de empatía.
Si en el día a día solo recibes juicios
de valor por parte de quienes te rodean, al final te sentirás esclavizada por
las opiniones ajenas. No lo permitas.
En estos casos deberás plantearte si
no vale la pena poner distancia ante aquellos que son incapaces de ver lo que
vales, la luz que trasmites, tu entereza.