sábado, 19 de enero de 2013

LAS AVENTURAS DE UN SORDO

En la india antigua se consideraba de mal augurio el encontrarse con una viuda, un tuerto, una serpiente o un gato; mientras que era buena señal encontrar una vaca, un elefante, un lagarto o una joven.

Habiéndose cruzado en su camino con una serpiente, un pastor sordo que guardaba un rebaño de cincuenta carneros temió que le ocurrieran cosas malas durante aquel día. Su temor no tardó en justificarse: al mediodía su mujer no le trajo el almuerzo, como solía hacerlo. Y justa mente tenía mucha hambre. Esperó una hora. Luego decidió volver a su casa.

¡qué paliza le iba a dar a su mujer, para que aprendiera a ser puntual! ¿pero quién iba a guardar el rebaño durante su ausencia?

En el prado vecino, un miserable vaquero cortaba hierba para su vaca. El pastor no confiaba mucho en esta clase de gente; pero qué podía hacer. Se resignó a confiarle su rebaño y, acercándose a él, le dijo:

-guárdame el rebaño, mientras voy a casa a almorzar. Cuando vuelva, te daré una buena recompensa.

El pastor no sabía que el vaquero era sordo. Como él también lo era, no se dio cuenta que la contestación del vaquero no correspondía a lo que él le había pedido. En efecto, aquel hombre decía:

-¿vienes a pelear conmigo porque corto la hierba de este prado? ¿con qué derecho? Este prado no es tuyo ¿crees que voy a dejar mi vaca morir de hambre para que vivan tus carneros? No, no te daré mi hierba. Déjame en paz y vete a pasear.

Y con la mano le enseñaba la carretera. El pastor pensaba que su interlocutor estaba de acuerdo, ya que le decía que se fuese. Tranquilizado por la suerte de sus carneros, se fue corriendo a su casa. Pero al llegar allí halló a su mujer tendida en el suelo y revolcándose de dolores. Parecía gravemente enferma. Sin duda había comido demasiado de esos guisantes crudos que tanto le gustaban y lo que tenía era una indigestión.

En vez de reñirla por su retraso, el pastor tuvo que cuidar de ella; luego preparó él mismo la comida. Cuando acabó ya era muy tarde. A toda prisa, el pastor corrió a dar con su rebaño.

-¿quién sabe si este dichoso vaquero no había aprovechado su ausencia para robarle algún animal?

Pero tuvo la alegría de hallar a sus carneros, que pacían en el mismo sitio en que él los había dejado. Los contó: no faltaba ninguno..

-hice mal en dudar de la honradez de este pobre hombre. Cumplió con lo que me había prometido. Yo también cumpliré con lo que le he prometido. Le daré la oveja coja que siempre está retrasando la marcha de mi rebaño. Pero para él no tiene importancia: podrá venderla o comerla.

Puso en su hombro la oveja, llegó cerca del vaquero y, dejándola en tierra, se la enseñó diciendo:

-guardaste fielmente mi pequeño rebaño y te agradezco la pena que te has tomado. Para recompensarte te doy esta oveja.

-¿cómo? ¿me acusas de haber roto la pata de tu oveja? -exclamó indignado el vaquero. Te juro que no me he movido de este sitio desde que te fuiste. Ni siquiera me acerqué a tu rebaño.

Mientras hablaba, agitaba los brazos y miraba a su interlocutor, con ojos furiosos. El pastor prosiguió:

-es cierto. Esta oveja es coja. Pero ¿qué te importa a ti? El animal es joven y gordo. Cuando lo hayas matado, podrás comerlo con tu familia y tus amigos.

-¿persistes en acusarme? -gritó el vaquero con una voz enrojecida por la cólera - ¿cuántas veces tendré que repetirte que no me acerqué a tu rebaño? ¿cómo crees que hubiese podido herir ese animal? Vete de aquí con él. Si te quedas, acabaré pegándote.

Pero el pastor no se iba y el vaquero levantó la mano. El otro apretó los puños. Estaban a punto de pegarse...

Por suerte un jinete pasó por la carretera. En la india, cuando dos hombres se pelean, suelen pedir a un tercero, al que suponen desinteresado en el asunto, que arbitre su querella y resuelva el caso equitativamente.

El pastor y el vaquero corrieron hacia el jinete. Juntos cogieron la rienda de su caballo; juntos gritaron:

-¡párate, por favor! Escúchanos y dinos quién de los dos tiene razón.

Pero después de esto, los discursos de los dos hombres ya dejaron de coincidir. Uno decía:

-este hombre me hizo un favor. Quiero regalarle una oveja y parece que por esto me quiere pegar.

Mientras tanto, el otro decía:

-este estúpido pastor cree que rompí yo la pata de su oveja. Pero yo puedo jurar que no me acerqué a su rebaño.

-sí, sí, lo confieso; este caballo no me pertenece. Lo encontré abandonado en la carretera. Como tenía prisa, lo monté para ganar tiempo. Reconozco que hice mal... Si es vuestro el caballo, os lo devuelvo; pero por favor, no me retraséis más y dejadme seguir mi camino a pie.

El jinete era tan sordo como los otros dos hombres. Había bajado del caballo y gesticulaba para que lo entendieran mejor. Sólo deseaba irse de allí cuanto antes.

Pero el pastor y el vaquero se imaginaban que estaba dando la razón al adversario. Llenos de rabia, cada uno por turno agarraba al jinete por su traje y enseñaba el puño, sacudiéndolo para que comprendiese mejor sus razones. Los tres hombres gritaban y se insultaban.

Afortunadamente un brahmán de larga barba blanca apareció de repente. La llegada del santo varón era verdaderamente una bendición del cielo. Los tres hombres le salieron al encuentro, lo saludaron, se disculparon por tener que detenerlo y luego empezaron a quejarse los tres a la vez: uno hablaba de su rebaño, el otro de una oveja coja y el tercero de un caballo robado.

-os entiendo -dijo el brahmán-, os entiendo.

Pero desde su primera frase el santo varón mentía, pues él también era sordo como una tapia...

-comprendo lo que ocurre -siguió diciendo el brahmán- os envió mi mujer para que me paréis y me convenzáis de que vuelva a casa. Pero no lo conseguiréis. No conocéis bien a mi mujer si os atrevéis a poneros de su parte. Es una verdadera bruja. El mismo diablo no es tan malo como ella. A sus malos tratos no se puede contestar más que con malos tratos. De este modo, desde que me casé he cometido un gran número de pecados por culpa suya. Para expiar estos pecados y conseguir el perdón de los dioses, he decidido ir a Benarés. Allí me bañaré en las aguas sagradas del Ganges y, una vez purificado, pasaré el resto de mi vida yendo de templo en templo y pidiendo limosnas... Es inútil que sigáis hablándome de mi mujer, pues estoy firmemente decidido a alejarme de ella. No quiero oír una palabra más...

Pero mientras hablaba el brahmán, el jinete pensó que el santo varón estaba convencido de que él había cometido un robo. Como no se sentía muy tranquilo, dejó el caballo en el mismo camino en que lo había encontrado y se fue con pasos rápidos hacia la cita urgente que tenía.

El pastor tampoco creyó que el árbitro le fuera favorable. De todos modos, pensó que hacía ya mucho tiempo que su rebaño estaba solo. Se fue, pues, a vigilarlo, maldiciendo a los individuos que son incapaces de dar la razón a quien la tiene.

-creo -dijo él- que ya no hay justicia en este mundo... O quizá la serpiente con la que me crucé esta mañana tendrá la culpa de que hoy todo me salga mal.

El vaquero también se fue a recoger su hierba, pues tenía que nutrir su vaca. La oveja coja -seguía en el mismo sitio:

-a fe mía, me la voy a llevar para castigar a este maldito pastor por la absurda pelea que suscitó.

En cuanto al brahmán, una vez solo, se fue hasta el pueblo vecino, en que tenía buenos amigos. Estos últimos lo recibieron estupendamente. El santo varón les habló largamente de su odiosa mujer. Comió muy bien y pasó una noche tranquila en casa de ellos.

Al día siguiente, aliviado por aquellas confidencias, por la buena noche y la excelente comida, olvidó la cólera que lo había sublevado contra su mujer el día antes y volvió a su casa en vez de proseguir su camino a Benarés.

Lo que importa en todas las cosas es que acaben bien.