Aunque no lo creas, todo lo que
necesitas para aliviar tu sufrimiento es tiempo. Date el que necesites y,
mientras tanto, procura que el dolor no te haga dañar a otros.
Tu sufrimiento es un espacio privado,
profundo y complejo que deberás reparar poco a poco para volver a emerger al
equilibrio, a esa paz interna que nos permite afrontar de nuevo el día a día
con fuerza y optimismo.
Si bien es cierto que todos pasamos
por estos instantes de dificultad personal y de abatimiento, algo que nunca
deberíamos llevar a cabo es el acto de buscar cautivos o culpables. Evita
lastimar, intenta no proyectar tu sufrimiento sobre los demás.
En ocasiones, hay quien no puede
evitarlo. Existen estados depresivos donde el desánimo es tal que se traduce en
rabia y desidia, hasta el punto de culpar a otros de sus propios estados, de su
enfermedad.
Lo que necesitamos es apoyo, ayuda y,
ante todo, tomar conciencia de que debemos ser nuestros propios arquitectos
emocionales. Afronta tus tinieblas sin dañar a otros, gestiona tus emociones
para que poco a poco, llegue la calma, la tranquilidad.
Te invitamos a reflexionar sobre ello.
Tu sufrimiento, un muro que derribar
Seguro que habrás escuchado en más de
una ocasión aquello de que “no hay nada que no amargue más a un amargado que el
hecho de no poder amargar a los demás”.
Ahora bien, a pesar de que todos hemos
experimentado en piel propia lo que puede suponer pasar el día al lado de
alguien que no deja de querer influirnos con su negatividad y abatimiento, hay
un hecho que no podemos obviar: es una persona que sufre.
Tu sufrimiento es tan respetable como
los demás, y todos nosotros podemos vernos en algún momento en esas situaciones
de dificultad personal en las que, casi sin darnos cuenta, extendemos nuestro
manto de oscuridad sobre otros.
Por ello, es importante pensar en las
siguientes dimensiones.
Los muros alrededor de tu sufrimiento
La importancia de la Inteligencia
Emocional es clave en estas situaciones. Hay momentos en que fracasamos, en que
sentimos una decepción, una traición. Alguien nos hace daño y lo que sentimos
es, por encima de todo, rabia.
Esa rabia poco a poco debería canalizarse
en tristeza y en deshago emocional. Vivir una fase en que la ira busca siempre
culpables a su alrededor.
Es común encerrarnos en una especie de
“coraza” donde el mundo queda empequeñecido y reducido a una sola sensación con
muchas formas y colores: el desagrado, la incomodidad, la desidia, el
desinterés y la molestia al ver que otros siguen riendo, mientras nosotros,
“morimos de pena”.
Cabe decir que cada persona afronta
estos estados de un modo. Los hay más hábiles y los hay que sienten una dura incapacidad
a la hora de gestionar dicho sufrimiento.
Se limitan a alzar un muro desde el
cual protegerse o incluso desde donde atacar a otros.
Reconocer emociones para controlarlas
mejor
El arte de amargarse de vida es algo
muy común en nuestra actualidad. Dejamos de establecer como prioridad el acto
de practicar la libertad emocional, el desapego y la adecuada atención de uno
mismo.
La libertad emocional es la capacidad
de saber poner palabras a nuestras sensaciones, a lo que nos molesta, a lo que
nos hace daño. Si nos limitamos a esconder dichas emociones negativas, al
final, seremos como una “bomba de relojería” a punto de explotar.
El desapego, por su parte, es la
habilidad para no aferrarnos al odio, al rencor, a esa emoción negativa que nos
hace cautivos de quien nos hace daño.
Sabemos que tu sufrimiento, a veces,
tiene una forma concreta, que tiene nombre y apellidos pero, para ser libres,
es necesario perdonar, avanzar y liberarnos.
La adecuada atención a uno mismo no es
egoísmo. Al contrario, es un arte delicado con el cual propiciar un buen
diálogo interno donde escuchar necesidades, identificar miedos, heridas no
curadas, preocupaciones.
Cuanto más te atiendas más
fortalecerás tu autoestima, y dicho bienestar interno se proyecta también en
quienes nos rodean.
Las agujas del tiempo y nuestra
voluntad remendarán los pedazos de nuestro sufrimiento
Nunca busques cautivos a tu
sufrimiento ni almacenes más odios. No vale la pena, porque las emociones
negativas no sanan. Al contrario, nos enferman.
El rencor nunca sirve de nada. Por
ello, cuando atravieses momentos difíciles sé muy consciente de cada gesto y
cada palabra que proyectes a tu alrededor. A veces, sin darte cuenta, estarás
propiciando más distancia que cercanía.
A su vez, quien esté a nuestro lado
también debe ser intuitivo y empático hacia nuestra realidad personal y
apoyarnos.
De ahí que debamos ser capaces de
dejarnos ayudar, de atender y escuchar para encontrar fuerzas, para sentirnos
un poco más hábiles, a la vez que comprendidos.
El tiempo cura, pero algo que debemos
tener claro es que no hará “que olvidemos”. Las heridas no se borran de nuestra
memoria: se recuerdan sin que duelan.