martes, 27 de noviembre de 2018

LAS CALLES DE LAS CIUDADES COLONIALES Y SUS LEYENDAS (MEXICO)



Los nombres de las calles de las ciudades coloniales y sus leyendas permiten explorar un poco sobre algunos personajes de la época y sus historias. También se puede hacer una aproximación de lo que era la idiosincrasia en el período de la colonia. En muchos de estos relatos se mezclan hechos reales y ficticios.
En este sentido, se puede decir que el tema de estas leyendas se inscribe dentro del género de la leyenda histórica. Este se puede definir como una narración que toma su inspiración de un acontecimiento real, aunque el límite con la ficción puede tornarse difuso.
Esto sucede porque, a medida que pasa el tiempo, cada narrador va aportando un elemento ficcional. Específicamente en el caso de Ciudad de México, las necesidades religiosas formaron esta ciudad durante la colonia. Una de las maneras que los misioneros encontraron para mantener la paz dada la diversidad de culturas fue a través de historias.
Algunas eran ciertas, otras tenían un matiz cristiano. Con el tiempo, todas se volvieron leyenda.
Las leyendas de las calles de la Ciudad de México
En México, los nombres de muchas calles y sus leyendas llaman la atención de propios y extraños. A continuación se presenta el relato de cinco de ellas.

Calle de La Joya

Los nombres de muchas calles de las ciudades colonialeshablan de historias de celos y venganzas, tal es el caso de la calle de La Joya. Esta historia de gente adinerada tuvo un final trágico. 
Cuentan que la esposa de don Alonso Fernández de Bobadilla era conocida por su riqueza y su hermosura. Don Alonso era un rico mercader español muy formal y de pocas palabras.
Su esposa era soberbia, haciendo sentir con frecuencia su riqueza y superioridad social. Él la amaba y cumplía hasta el menor de sus caprichos. Aparentaban ser una pareja feliz.
A inicios de 1625 una nota anónima le comunicaba la infidelidad de su esposa con el licenciado don José Raúl de Lara. Entonces, se llenó de celos y dudas, y quiso matarla, pero decidió cerciorarse primero.
Le dijo a su mujer que estaría ocupado hasta muy tarde. Ya en la noche, se apostó a una cuadra de su casa. Como no se acercó nadie, decidió regresar a su casa, pero vio que su esposa, Isabel, abría la ventana mientras el licenciado se aproximaba.
Momentos después, Lara entró a la casa. Don Alonso los sorprendió cuando don José Raúl colocaba un brazalete de esmeraldas en la muñeca de su esposa. No pudo contener su furia y los mató a ambos con una daga. Al día siguiente encontraron la joya en el zaguán de la casa de don Alonso clavado con el puñal.

Calle Don Juan Manuel

La lucha entre el bien y el mal también es recurrente en los nombres de las calles de las ciudades coloniales mexicanas. Esto se puede apreciar en el relato siguiente:
En el siglo XVII don Juan Manuel Solórzano, un rico comerciante, llegó a México acompañado por el virrey Rodrigo Pacheco.
La historia cuenta que don Juan Manuel estaba seguro de la infidelidad de su esposa. Entonces, entre 1635 y 1640 pactó con el mismo diablo para que le revelara la identidad del traidor. Este le dijo que a las 11 de la noche acuchillara a quien pasara por  su camino.
Así pues, don Manuel obedeció, pero el maligno no se conformó con una muerte. A partir de ese día, cada noche a las once don Manuel preguntaba: “¿Sabe qué horas son?”.
Cuando el transeúnte reportaba la hora, este sacaba su daga y decía: “Dichoso tú que sabes la hora en que vas a morir”, al tiempo que hundía su arma.

Calle del Puente del Clérigo

En la siguiente narración también está presente el tema religioso. La leyenda cuenta que en 1649 vivía en esta zona el sacerdote Juan de Nava. Este se encargaba de su sobrina, Margarita Jáureguiya.
La joven se enamoró de Duarte de Zarraza, a quien conoció en un baile. Duarte era en realidad el obispo de Yucatán y virrey provisional de la Nueva España. El sacerdote descubrió que el caballero había abandonado a dos esposas y a sus hijos. Además, Duarte andaba en amoríos con más de diez mujeres a la vez.
Entonces, el sacerdote prohibió que se vieran; no obstante, el joven planeó escaparse con Margarita a Puebla. Una noche ambos discutieron y Duarte terminó asesinando al tío. Luego arrojó su cuerpo a la ciénaga y huyó a Veracruz.
Pasado un año, volvió para retomar su relación. Era de noche e intentó cruzar el puente. A la mañana siguiente, unos transeúntes encontraron su cuerpo junto a una sotana vieja y cubierta de lodo. Su rostro tenía una expresión de terror.
Calle del Niño Perdido
En la época virreinal un escultor llamado Enrique de Verona fue contratado para realizar el Altar de los Reyes en la catedral de México. El escultor tuvo mucho éxito en Nueva España.
En España lo esperaba su prometida. A la víspera de su partida a su patria, tropezó con una dama a la vuelta de una esquina. Verona recogió un pañuelo que se le había caído a la joven y, al entregárselo, quedaron prendados el uno del otro.
Sin embargo, Estela Fuensalida —así se llamaba la mujer— también tenía un prometido, Tristán de Valladeres. Estela lo dejó plantado y se casó con Enrique, pero Tristán estaba despechado y juró venganza.
Una noche de diciembre de 1665, el novio abandonado prendió fuego a un pajar en la casa del matrimonio. Este se propagó por toda la casa, pero los vecinos pudieron apagarlo y salvar a Estela.
No obstante, en la confusión del incendio el hijo de la pareja se perdió.  Al entrar de nuevo a la casa lo escucharon llorar. También vieron que el antiguo novio de la mujer trataba de esconderlo para llevárselo.

Calle de La Quemada

A mediados del siglo XVI, Gonzalo Espinosa de Guevara y su hija Beatriz llegaron a Ciudad de México desde España. La joven era hermosa, y exhibía bondad y amor desinteresado hacia los demás.
Era muy popular y deseada por los hombres, entre ellos por un marqués italiano llamado Martin de Scópoli. Era tanta su obsesión que retaba en duelo a cualquiera que la cortejaba.
Por su parte, Beatriz correspondía al amor del marqués, pero tantas muertes absurdas la sumieron en un sentimiento de dolor y culpa. Por ello, decidió quemarse el rostro.
De su belleza no quedó prácticamente nada, solo una tez desfigurada. Al verla, el marqués le dijo que su amor iba más allá de su belleza y que la quería por su espíritu de bondad. Luego de eso se casaron. Desde entonces se la veía pasear con su esposo cubierta con un velo negro.