lunes, 5 de octubre de 2009

MOTORIZANDO LA ORACION



Orar es hablar con el alma, es pronunciar palabras con el sentimiento en la voz, es cantar una canción, es pedir con fervor. Orar es la manera que tenemos los seres humanos de concentrar nuestros pensamientos impulsados desde la emoción formando cadenas de sonidos para que se proyecten desde nuestro interior.

Podemos orar de agradecimiento, de tristeza o dolor, en silencio o en alta voz, porque de todas formas estamos llamando a la puerta de Dios. Orar es una forma, de las tantas que tenemos, de llegar al espíritu, a los ángeles y que se unan a nuestra petición.

Cuando oramos debemos evitar otros pensamientos que no sean aquellos a los que remite nuestra intención, primero con la mente en blanco, con los ojos entornados y fijando un punto en nuestro corazón, empezamos con voz serena y quedamente, como emitiendo un susurro, despacio, hablando con Dios.

Muchas veces en la vida necesitamos ese espacio de soledad y recogimiento interno. El mundo con sus sociedades y sus voces por todas partes inundan nuestros sentidos y no nos damos cuenta del momento en que podemos estar a solas, para encontrarnos con nuestros recuerdos, con nuestras fantasías, con esos momentos de paz interior. Y orar es darse tiempo en la vida para acomodar las raíces de nuestras fuerzas, porque conecta con la vida misma en su infinita base mayor, la misma que une a todos los seres desde las estrellas hasta la vida invisible pasando por todo lo conocido y todo lo que todavía no hemos llegado a conocer.

Renueva tu alma entonces, date tiempo para decir una oración, conecta tu alma a la sintonía del único canal de Dios. Es el mismo que conduce todos los tiempos y todas las vidas, desde el ancestro desaparecido hasta el ángel que vendrá, porque está presente en tu voz, en tu pensamiento y en tu corazón. Dale a la llave del motor que impulsa tus sueños, gírala despacio, comienza con una oración.

© Miguel Ángel Arcel

ANUNCIANDO PAZ



Nuestras palabras no son nuestras palabras hasta que no nos apropiamos de ellas a través del ejercicio de poner práctica aquello que pronunciamos. Cuando eso sucede, el mágico encanto de transitar un camino se vuelve hermoso y feliz, porque hemos empezado a ser libres desde la verdad de una realidad y desde el alma de una verdad. Para que ello suceda, para que la felicidad se vuelva materia y desde la materia, eternidad, debemos empezar a ejercitar la valentía.

Nadie resiste a la verdad, nadie quiere enfrentarse a una verdad. El ser humano huye cuando la verdad se posa frente a su rostro y se muestra todo tal cual es, porque la misma es como un sol que devela todo cuanto existe en su verdadera dimensión. Es por eso que la verdad solo puede ser expresada cuando se reviste con el lenguaje de la apariencia construida desde la creencia y la imaginación. De cierta forma es que la verdad solo puede ser admitida si está bajo la forma de una mentira. Sin perjuicio de los efectos de su presencia, aún cuando disfrazada o velada, la verdad siempre está. Cuando la misma se presenta abierta, franca y visible a todo el mundo, nadie apuesta que allí pueda existir una verdad.

Todo camino que lleve a la felicidad, necesariamente debe pasar por el tamiz de la verdad. Y como en todo tamiz, las cosas se unen, se separan y se reducen en elementos más simples. Y en ese proceso, lo que se experimenta siempre es dolor. Un dolor que es necesario para reconocer luego el valor que sobreviene después.

Hablamos del objetivo último, la felicidad, desde la carencia, porque creemos que la felicidad es tener todas aquellas cosas que nos adormecen en una eterna sonrisa para no preocuparnos por nada más. Pero nada de eso es cierto, el no tener de qué ocuparnos, no nos hace más felices, simplemente nos hace menos perceptibles para el mundo y menos blanco atención de otros, por lo cual parecerá que estamos en paz.

Cuando decidimos tomar el timón de nuestras vidas y nos arriesgamos en diversos rumbos, es posible que nos empecemos a enfrentar a las verdades de las que no queríamos nada saber, sin embargo, cuando uno empieza, otros intentarán detener y es uno finalmente quien debe terminar el rumbo iniciado con valor ante la adversidad. Cuando por fin, podemos mirar las cosas de frente, sin temor ante la verdad, es cuando aparece una nueva luz en nuestras vidas que nos alumbra el camino hacia la paz. Porque hemos hecho lo justo y lo justo se complace en la verdad.

Verás y toma en cuenta esto: tus problemas en la vida, reclaman respuesta de verdad, y a ella solo se accede con decisión y valentía, para cuando esto suceda y hayas asumido las cosas tal como son, entonces vendrá el momento esperado, el momento de la paz, para cuando la paz se instale en tu alma y tu alma solo emita paz, verás que serás una luz en el mundo, verás entonces a la verdadera felicidad. Porque estarás en paz contigo mismo y con todos los demás.

© Miguel Ángel Arcel