En Trveris , Alemania, la bella ciudad, era día de fiesta y las campanas resonaban por las calles anunciando la misa mayor, en que debía oficiar el obispo Edilberto.
Acudían burgueses, caballeros y artesanos, y los niños del coro llegaban corriendo, bromeando, reprendidos por el maestro de capilla. Ya tocaban las campanas el último toque. En el templo, la concurrencia era grande.
Comenzó el organista a modular un canon, que pronto fue seguido por las frescas voces de los niños. El obispo comenzó a leer la misa. Pero cuando se volvía para decir Daminus Vobiscum, una golondrina que había entrado en la catedral, la hermosa catedral de san pedro, se lanzó sobre la cabeza del obispo, golpeándola fuertemente.
Entonces el obispo, indignado y furioso contra las golondrinas que anidaban en los bellos capiteles, pidió al señor que no dejase vivir a ninguna más dentro del templo. Y su ruego debió ser aceptado, pues desde entonces, según se cuenta, cada vez que una golondrina penetra en la catedral cae muerta.