lunes, 29 de diciembre de 2008

SUPERTICIONES DE NOCHEVIEJA




Todas las culturas de todas las épocas han celebrado los cambios de ciclo. Hoy lo hacemos de una forma más comercial, pero seguimos conectando con una herencia atávica, festiva y supersticiosa que nos sirve para recordarnos que estamos vivos.

Aunque solo sea para jugar, no perdemos nada por seguir alguna de las supersticiones más populares cuando llegue fin de año. Rituales al fin que, tanto si sirven para canalizar nuestras energías como la psique, seguro que nos harán tomar conciencia de que hemos superado un ciclo más.



EL CLÁSICO: UVAS DE LA SUERTE

El ritual es bastante nuevo. Se lo inventó en 1909 un grupo de cosecheros para dar salida a un excedente en la producción de uvas. Decidieron envolverlas en paquetitos de 12 uvas y venderlas como “uvas de la suerte”. Es imposible no verlas en las cenas de fin de año, más ahora que ya se venden en lata, peladas y sin pepitas. La tradición dice que debemos pedir un deseo por uva mientras las comemos al son de cada una de las campanadas que marcan el fin y el inicio del año. Eso sí, los expertos en esoterismo advierten que antes debemos tocar cada una de las uvas para que se impregne de nuestra energía y pedir los deseos en grupos de cuatro: cuatro para el cuerpo (temas materiales), cuatro para la mente (temas emocionales) y otros tantos para anhelos que tengan un valor espiritual.



ROJO POR DENTRO...

Un dicho asegura que “en fin de año quien no viste por dentro de rojo ante el amor y el sexo no tiene arrojo”. Hay muchas versiones respecto al origen de esta superstición, que tiene por objeto darnos fuerza, vigor y suerte la noche de fin de año: desde la que asegura que es una forma de convocar las fuerzas eróticas diablescas hasta la que sostiene que es un homenaje al Sol que fertiliza la tierra. Para la experta en cromoterapia Almudena Crespo, “ciertamente el rojo es un tono que vibra en sintonía con las emociones más vitales y nos ayuda a canalizar la energía sexual. Pero que funcione después de toda una noche loca de excesos en bebida y comida es puro milagro”. La superstición esotérica indica que, además de rojas, las prendas interiores deben impregnarse con aroma de vainilla, la fragancia de la pasión.



EL BRINDIS DE LOS DESEOS

Para que sea mágico de verdad –recordemos que debemos pedir un deseo– en el interior de la copa debe haber una pieza de oro. Según el experto en simbología Lluis Alsinet, “brindamos con dos elementos femeninos: el líquido, que alude a la emoción y el pensamiento abstracto, y la copa, un cáliz que simboliza el útero fertilizador que da la vida. Pero, además, al incluir el oro, el metal puro y noble, incorporamos al Astro Rey, el Sol, el arquetipo masculino”. Eso sí, antes de brindar debemos tener claro qué vamos a pedir y ser coherentes con los deseos preguntándonos qué pasará en nuestra vida si se cumplen.



LA FUERZA DE LAS LLAVES

Si queremos jugar a mantener viva una superstición que algunos investigadores consideran que nació en el pueblo hebreo y que fue el ritual que llevaron a cabo los judíos expulsados de España (ritualizaron las llaves de sus casas y luego las escondieron para volver un día a ellas), debemos contar con doce llaves (otra tradición indica que tantas como años tengamos), que anudaremos juntas y colgaremos tras la puerta de entrada de la casa. Debemos colgarlas justo cuando comience el cambio de día, en los últimos minutos del 31 de diciembre. Deben permanecer en la cerradura durante todo el día 1 y antes de que concluya las sacaremos de dicho lugar y las guardaremos en una bolsa de tela negra.
Necesitamos contar el tiempo, precisamos de una fecha que nos recuerde que un ciclo termina y otro se inicia. Antiguamente, en la mayoría de las culturas y antes del establecimiento de los calendarios, este cambio de ciclo venía determinado por períodos de luz que marcaban la vida y tiempos de oscuridad que reflejaban la muerte. Etapas que venían determinadas por las estaciones. En el fondo, actualmente no vamos desencaminados: a partir de enero, que es cuando estrenamos el año, aunque imperceptiblemente, los días se alargan y, conforme se suceden, disfrutamos de más luz, del nacimiento simbólico de la vida. Lo mismo que conmemoraban los antiguos.



UNAS MÁGICAS LENTEJAS

Sí, efectivamente, parece algo extraño y poco frecuente. Se trata de una vieja superstición que todavía se lleva a cabo en algunas aldeas de Pakistán –aunque los seguidores del Islam celebran el cambio de año en otra fecha– y que consiste en recibir el nuevo tiempo con un baño purificador y la ingesta de un puñado de lentejas. La mañana del último día del año se llena un gran recipiente con agua y se ponen en su interior distintas plantas aromáticas. Se introduce además una bolsita con un puñado de lentejas, habitualmente 5, seguramente porque cinco son los pilares que sustentan el Islam: fe, oración, purificación, ayuno y peregrinación. Por la noche, cuando se inaugura el nuevo año, el agua que ha sido macerada con las plantas sirve para realizar una limpieza del cuerpo. Tras esta purificación es costumbre tragar una a una las cinco lentejas mientras se piden cinco deseos para el nuevo año.



PORTAZOS DE FIN DE AÑO

Leyendas y supersticiones hay para todos los gustos. Una muy curiosa asegura que si queremos finalizar el año dejando todo lo malo fuera de nuestra casa, justo en el momento en que estemos cambiando de año debemos ir a la puerta de la vivienda y abrirla y cerrarla de golpe una vez por campanada mientras pensamos que con cada una de esas acciones alejamos el mal. Según el experto en simbología Lluis Alsinet,
“la puerta es un pasaporte a lo que rechazamos o recibimos, según abramos o cerremos. En la Edad Media creían que cerrar una puerta de golpe servía para alejar a los espíritus nefastos del hogar. Seguramente la superstición procede de aquel tiempo”.



HACER UN MUÑECO

La superstición nos recuerda mucho al vudú, pero nada tiene que ver con él. La tradición se lleva a cabo en algunas aldeas del centro de África, pero existen costumbres similares muy lejos de allí, en el ámbito rural de Vietnam. Consiste en que la noche del cambio de año las mujeres cortan un mechón de su cabello pensando en lo nefasto que han vivido durante los últimos tiempos y creyendo que el pelo contiene la memoria de lo vivido. Es algo así como un lastre del día a día. Confeccionan un muñeco con paja y hojas en el que insertan su cabello. Después queman el muñeco y con él el mal que han acarreado en los últimos tiempos. Esta acción sirve como ritual purificador para entrar en el Año Nuevo de forma armónica.



FIN DE AÑO EN LA CAMA

Muchos pueblos creen que el año será según se inicia. Si se inaugura con llanto será un año de desgracia y, si es con risas, de dicha y alegría. Tal vez por ello en algunas culturas nos proponen una noche de fin de año distinta: tomarnos las uvas en la cama y con la pareja, lo que simbólicamente nos garantizará tener dicha afectiva y familiar, e incluso fertilidad. Según Gerardo Herbás,
“entre algunos inuit permanecer acostado con la pareja en las noches de cambio de ciclo garantiza la fertilidad y la salud”. Quizá venga de ahí la tradición, aunque hay otra más cercana: entre los celtas uno de los muchos ritos de iniciación de los aspirantes a druidas consistía en pasar la noche de fin de año (que ellos celebraban en Shamain, nuestra noche de difuntos) enterrados al pie de un árbol sagrado. Al nacer el día de Año Nuevo (nuestro actual 1 de noviembre) salían de la tierra en la que habían estado durmiendo.



HACER LAS MALETAS

Una vieja tradición rumana, seguramente heredada de los cíngaros, asegura que la noche de fin de año debemos hacer nuestro hatillo (la maleta) y justo cuando se realiza el cambio de ciclo salir de casa y girar sobre nosotros mismos (en alusión al tránsito que recorre el planeta alrededor del Sol) para volver a entrar cuando se inicia el nuevo año. ¿Para que sirve todo ello? En teoría, para que todos los viajes del nuevo tiempo sean venturosos y afortunados.



UNA VELA ROJA

Es una de las tradiciones más sencillas de llevar a cabo. El rojo es la armonía, el vigor y la fuerza, y si deseamos todo eso para el año que viene nada tan fácil como marcar una vela con tres deseos para el nuevo año, prenderla justo cuando inauguramos el año y dejar que se consuma hasta el final del día 1 de enero. El posible origen de la superstición es bastante curioso. Para el experto en ocultismo
Alfredo Aliagas, “es una tradición sustentada en la adoración de la luz solar, representada en la llama de la vela, que en la Edad Media y en el ámbito rural no era tal, sino el fuego de una antorcha, que tampoco era roja, sino que era envuelta en una tela enrojecida por la sangre de un animal sacrificado en honor de los dioses y del que comía toda la familia en sagrada comunión para celebrar la llegada de un nuevo tiempo”.



LA BENDICIÓN DE LA BEBIDA

Todos lo hemos hecho alguna vez: cuando tras abrir una botella de cava se ha derramado un poco, mojamos la yema de los dedos en él y lo aplicamos en la frente diciendo “Suerte”. Lo ideal es que el anfitrión de la casa abra el cava y, tras servir una copa, emulando a los antiguos sacerdotes griegos, que uncían a sus feligreses, pero con vino e hidromiel, desee la buena suerte para todos. Para ello mojará los dedos pulgar –que representa la acción física y la voluntad–, índice –que simboliza la determinación– y corazón –que alude a la pureza de sentimientos– en el cava y luego los aplicará sobre la frente de sus invitados diciendo “Te deseo lo mejor:
suerte, vida y salud”. Dicha acción debe repetirse una vez por cada invitado.



MONEDAS EN LOS ZAPATOS

Es incómodo, pero en teoría sirve para que durante el nuevo año no nos falte de nada. Consiste en llevar una moneda de oro en el zapato derecho que calzaremos durante todo el día 1. La tradición –de supuesto origen precolombino– asegura que quien pisa sobre oro vive siempre en él. Eso sí, la superstición indica que la moneda debe retirarse antes de que se ponga el sol del día 1 y que debe ser guardada en un lugar secreto hasta el año siguiente, cuyo último día será enterrada para agasajar a las entidades sobrenaturales por los dones recibidos. Hay quien opta por utilizar monedas de curso legal y asegura que su economía siempre va bien. Por probar...



La rueda de la vida

Inaugurar año y celebrarlo es vital para nuestra especie. Como seres gregarios que somos, necesitamos compartir con los demás las emociones y, por extensión, nuestras alegrías y tristezas. Los antropólogos creen que las celebraciones de cambio de ciclo nacen precisamente ahí, del deseo de compartir un nuevo tiempo, una nueva esperanza y nueva vida. Para la antropóloga Carmen Bonilla, “hoy
vivimos mucho, somos bastante longevos. Pero en la Prehistoria llegar a un nuevo ciclo de estaciones equivalía a haber sabido luchar contra la muerte, contra las desgracias, las alimañas y las enfermedades. Además, en casi todas las culturas el cambio de año coincidía con la llegada de la primavera: más luz, mejor temperatura, más caza, etc. Por tanto, más posibilidades para seguir vivos”. Cambiar de año es mudar de aires, al menos así está marcado en nuestra herencia genética. Es evidente que los ciclos, en culturas industrializadas como la nuestra, no parecen estar en diciembre, sino en el verano, cuando “terminamos” el año con las vacaciones, y celebramos (es un decir) el “Año Nuevo” con la llegada al trabajo en septiembre, con el inicio del curso, etc. Pese a ello, seguimos llevando a cabo el ritual de Año Nuevo a finales de diciembre. Según el historiador Gerardo Herbás,
este cambio de ciclo ha sido festejado por todas las culturas “no solo para conmemorar que la rueda de la vida sigue girando, sino para atestiguar la presencia de los dioses y las entidades sobrenaturales. Si la vida sigue es porque los dioses protectores continúan en ella”. A su juicio, las celebraciones de Año Nuevo son esenciales para el mantenimiento de los cultos espirituales, los mitos y las supersticiones: “Recordamos a los que no verán el nuevo tiempo y ello sirve como sentido homenaje a los difuntos. Repetimos las mismas costumbres ceremoniales o rituales teniendo, inconscientemente, la sensación de que todo está en orden y atávicamente creemos que debemos hacerlo así, porque las supersticiones y los tabúes pueden castigarnos si no lo llevamos a cabo”. Pero el mantenimiento del ritual parece ser trascendente por algo más. Como seres sociales que somos, sirve para revitalizar el “espíritu del clan”. Según Carmen Bonilla, “los rituales de celebración refuerzan los vínculos entre los miembros de la tribu. Acentúan el hermanamiento y, por supuesto, revitalizan las instituciones o castas tribales. Los vivos comparten un nuevo tiempo, estrechan lazos, se alegran de seguir juntos. Por eso es tan relevante el recordatorio a los que ya no están, porque los vivos se sienten más fuertes, más valerosos o más protegidos por los dioses, los sacerdotes o los jefes y guerreros de la tribu, del grupo al que pertenecen”.



Inestabilidad emocional

El papel de los dioses, los tabúes y el clan en el siglo XXI es esencialmente distinto de lo que nos recuerda la Antropología, pero seguimos sintiendo la necesidad de llevar a cabo el ritual. ¿Puro marketing oalgo más? Psicólogos y psicoterapeutas nos recuerdan que la Navidad es uno de los períodos más inestables en el ámbito emocional. Si todo va bien, va muy bien, pero separaciones, fracasos, muertes... todo lo que nos ha impactado emocionalmente de forma negativa durante el año y que, en teoría, hemos afrontado o superado reaparece cual fantasma en estas fechas. Diciembre es un mes intenso en las consultas de los terapeutas de la psique. Claro que no todo va a ser malo. Las celebraciones navideñas –y con ellas el cambio de año– son buenas para el cerebro. Nos estimulan, aceleran todas las emociones –las positivas también– y nos hacen desear nuevos objetivos y metas para el Año Nuevo. “No hay tanta diferencia entre nosotros y los rituales mágicos de los antepasados más lejanos. Ambos sustentamos los deseos en anhelos emocionales”, indica la psicóloga clínica Neus Colomer, para quien los rituales navideños como el de las uvas, la ropa roja o el anillo en la copa de cava no son más que “inocentes puestas en escena o dramatizaciones que nos ayudan a entender que ‘algo’ está pasando. Además, son una buena forma de canalizar nuestras emociones, siempre y cuando el rito no mediatice nuestra vida”. Así que ya sabes, cuando este año conmemores la Navidad y compartas mesa con “tu clan” recuerda que, hagas lo que hagas, estás rememorando uno de los rituales más ancestrales de la historia de la humanidad.