Aunque no lo creas y ahora no la
tengas, la paciencia es una virtud que se puede desarrollar y que nos dará
fuerza y valor para acometer aquello que deseemos.
Decía Confucio que quien no tiene
paciencia ante los pequeños problemas de la vida, cuando lleguen las grandes
dificultades, se sentirá bloqueado, incapaz de reaccionar.
La paciencia es una virtud que no todo
el mundo sabe o puede gestionar o propiciar.
Asimismo, el silencio es esa capacidad
saludable que también va de la mano de la paciencia para saber callar, y así,
ser capaces de escuchar a los demás y, a su vez, de encontrar un espacio donde
hablar con nosotros mismos en calma desactivando el rumor de nuestro entorno.
Ahora bien, guardar silencio no es
doblegarse, no es esconder una opinión por temor a las consecuencias. Se trata
más bien de callar ante lo que no vale la pena, y guardar silencio cuando las
emociones hablan.
Tanto la paciencia como el silencio
son dos elementos clave de nuestro desarrollo personal, y por ello, te invitamos a que reflexiones
sobre estos aspectos tan esenciales de nuestro día a día.
La paciencia y el silencio: el vínculo
de la conexión con uno mismo
Podríamos decir que tanto el silencio
como la paciencia son dos caras de una misma moneda, una moneda sabia y de
raíces muy antiguas.
Un ejemplo de ello es toda esa cultura
sobre los indios nativos americanos que nos deja el escritor Kent Nerburn con
libros como Ni lobo ni perro: los senderos olvidados de un viejo indio.
En todos sus trabajos se desprende la
importancia que tenía para este pueblo el concepto del silencio y la paciencia.
Veamos algunos sencillos ejemplos.
Los nativos americanos y el silencio
Los lakota pertenecen a la tribu de
los sioux de Norteamérica. Son un pueblo con una espiritualidad muy rica,
profunda y tan llamativa que aún ahora nos pueden seguir dando grandes
enseñanzas.
Los lakota ensalzan un vínculo con lo
invisible, con esa entidad que simboliza la unión con otras personas, con los
amigos, las familias y los seres queridos.
Ese vínculo se establece a través del
respeto y, sobre todo, con el silencio. Es la capacidad más respetuosa entre
dos personas, donde no solo se calla para escuchar, sino que guardar silencio
es un regalo con el cual compartir tiempo y complicidad.
Si lo pensamos bien, nos daremos
cuenta de que, muchas veces, cuando estamos con alguien y de pronto aparece el
silencio, lo vemos con incomodidad, y para evitarlo, solemos decir lo primero
que nos viene a la mente.
Es necesario cambiar esta visión.
No hay nada más mágico que un grupo de
amigos que se sienten cómodos cuando surge el silencio. No hay obligación de
hablar, solo de “estar presentes”, de quedar unidos por ese vínculo invisible
del que hablaban los lakota.
A su vez, para los nativos americanos
el silencio es la virtud a través de la cual ser conscientes de todo aquello
que nos envuelve y que nos arraiga a la tierra: la naturaleza, las personas, el
ciclo de la vida, e incluso nosotros mismos, nuestros pensamientos.
Aspectos en los que profundizar y
reflexionar.
La paciencia, un arte que nadie nos
enseña
Casi nadie nos enseña que, cuando
llegamos a este mundo, las cosas no acontecen tal y como nosotros queremos.
Tampoco nada nos asegura que, por mucho que nos esforcemos en algo, vaya a
suceder o que se dé aquello que nosotros esperamos.
Dicen que la paciencia es “santa” pero
en realidad es un arte que se adquiere con el tiempo, a base de alguna
decepción, a base de ese aprendizaje que la vida nos enseña a la fuerza y no a
través de los manuales.
Ser paciente requiere, por encima de
todo, no claudicar, no rendirnos. Si algo no ocurre tal y como nosotros
deseamos, no debemos abandonar dicho propósito, porque la paciencia es también
calma y confianza.
Las personas pacientes saben observar,
piensan en silencio, atienden a su alrededor y desarrollan su intuición para
descubrir cuál es la mejor oportunidad para actuar.
Quien no es capaz de apartar el ruido
externo, los pensamientos negativos y las opiniones derrotistas de otras
personas y de sí mismo, jamás llegará a su objetivo.
Porque ser paciente requiere también
tener esa sabiduría que sabe qué evitar y qué caminos seguir.
Si tenemos un sueño, no debemos dejar
que otros nos lo apaguen con su fatalismo y con frases como “deja de pensar en
eso porque tu tren ya ha pasado”.
Las personas pacientes saben situarse
en el mejor andén de la vida. En ese por donde siempre pasan los mejores
trenes, aunque tarden, aunque se demoren.
Toda espera merecerá la pena porque,
mientras aguardamos, desarrollamos otras aptitudes: perseverancia, coraje,
resiliencia y ante todo… Esperanza.