Cuando
te hablen de mí, no escuches. Piensa que todo es mentira, que no soy así.
Cuando te cuenten, escucha, pero no digas. No formes parte de todos esos que
hablan sin saber, que no conocen y aun así mienten. No te unas a ellos, no vale
la pena.
Cuando
te digan que me vieron, desconfía. No de mí, sino de aquel que tergiversa la
verdad en busca del beneficio propio. Lo más probable es que ni siquiera me
hayan visto.
Cuando
te susurren mis secretos, no los creas. Tengo muchos, sí, pero al ser
precisamente secretos solamente hay una persona que los conoce. Y no, no es esa
que susurra en tu oído, sino ésta que te escribe. Así que no les creas. Sé
paciente, puede que llegue un día en que confíe tanto en ti como en mí mismo y
decida compartirlos contigo.
Cuando
escuches mi nombre en sus labios, no te preocupes, no pasa nada. Soy inmune ya
a tanta habladuría, sobre todo cuando mi nombre parece haberse convertido en su
saludo habitual.
Bueno,
pues que saluden.
Cuando
te hablen de mí, deja que sigan, que inventen lo que quieran. Piensa que esa
gente vive su vida a través de la mía. No tienen nada mejor en qué ocupar su
tiempo. Apiádate de ellos, pero no les interrumpas, que sigan hablando mientras
yo, ajeno a tanta tontería, sigo viviendo.