Debemos ser coherentes y que nuestras
acciones respondan a nuestras creencias. A su vez, el respeto por aquellos que
tienen una opinión diferente es fundamental para mantener el equilibrio.
Las más nobles creencias caen en la
falsedad si no se reflejan en ejemplos, en acciones, en demostraciones
auténticas de esos supuestos pensamientos.
Vivimos en una sociedad que acostumbra
a ensalzar grandes proclamas: practicar la solidaridad, el respeto, la ayuda al
desvalido, el apoyo social a todo tipo de víctimas…
Sin embargo, en nuestra realidad más
cercana y en lo que cada día vemos en nuestras redes sociales y en la
televisión, nada de esto parece cumplirse.
Es como si una buena parte de nosotros
defendiéramos ciertas creencias en voz alta pero más tarde, en la cotidianidad,
actuáramos de un modo más frío e interesado.
Hoy, en nuestro espacio, te invitamos
a reflexionar sobre ello.
La función de las creencias en el ser
humano
Actúa con lo que predicas, defiende lo
que ensalzas y, ante todo, permite que tus creencias te hagan mejor persona
gracias a los actos que las acompañan.
En cierto modo, la mayoría de nosotros
valoramos esas actitudes basadas en la nobleza y el respeto, pero el principal
problema reside en que existe un límite: mi interés propio, mi bienestar.
Es algo complejo que merece la pena
comprender un poco más:
Las creencias son estados de la mente
que las personas asumen como verdaderos y válidos de acuerdo a ciertas
actitudes y experiencias personales.
Ahora bien, es interesante tener en
cuenta que, a menudo, las personas tenemos dos tipos de creencias: por una
parte estarían aquellas que nos gusta expresar en voz alta y que, socialmente,
están muy bien vistas (yo valoro el respeto, el ayudar a quien me rodea,
defender la naturaleza…).
Por otro lado, contamos con esas
creencias implícitas que se basan en la experiencia emocional y de las que en
ocasiones, no somos plenamente conscientes:
Yo no voy a ayudar a este amigo porque
pienso que no lo merece (cuando en realidad, no lo haces porque sientes envidia
de él, o rechazas su orientación política, etc.).
Psicólogos y estudiosos del tema como,
por ejemplo, Janoff-Bulman, nos dicen que las personas tenemos un sistema
conceptual básico de creencias.
Estas nos permiten afrontar la vida de
un modo más seguro, según lo que pensamos que está bien y las expectativas que
tenemos acerca del mundo y de nosotros mismos.
Tenemos un sistema de creencias sobre
nuestra dignidad, y es aquí donde hacemos una clara selección entre lo que
aceptamos o lo que no para “protegernos y defendernos”. Es en esta dimensión
donde suelen entrar también los egoísmos.
Disponemos también de un esquema de
creencias sobre cómo funciona el mundo, la justicia y el azar.
La necesidad de ser coherentes con
nuestras creencias
Las personas aprendemos cada día, y
ante nuevas experiencias obtenemos nuestros propios aprendizajes que nos
permitirán ver el mundo de una forma, y defender unas cosas por encima de
otras.
Algo que debemos tener en cuenta es
que para una mejor convivencia es necesario mantener unas actitudes que nos
permitan respetar a los demás y ofrecer así lo mejor de nosotros mismos a la
vez que cuidamos de nuestra dignidad.
Una cosa no debe estar reñida con la
otra: lo tuyo y lo mío puede encontrar un buen equilibrio donde todos ganemos y
nos respetemos.
El ser humano, por lo general, no ha
entendido aún la gran nobleza que reside en ayudar al prójimo, en ese cambio
interno que se sucede en nosotros cuando damos lo mejor para causar un impacto
positivo en nuestro entorno.
No estamos hablando, por ejemplo, de
invertir parte de nuestro sueldo en ayudar mensualmente al tercer mundo de
forma obligatorio.
La bondad debe empezar a practicarse
con aquellos que tenemos más cerca, con tu familia, amigos, vecinos… Pequeños
actos ofrecen grandes resultados.
Sé coherente con tus creencias
Evita defender unas ideas que, más
tarde, no aplicas. Ello causará desconfianza en quienes te rodean y originará
desavenencias.
Es necesario ser consciente de todo
aquello que decimos en voz alta y, para ello, no dejarnos llevar con lo que
“está bien visto” o lo que los demás esperan de nosotros.
Procura que tus acciones vayan de la
mano de tus valores, es un modo maravilloso de encontrar el propio equilibrio.
No tengas miedo de asumir nuevas
ideas, nuevos esquemas de pensamiento
Quien se aferra a sus propias ideas de
por vida, negándose a relativizar sus puntos de vista, no consigue adaptarse a
los cambios, ni se permite ser más libre, más flexible de pensamiento,
intuición y percepción.
Debemos ser receptivos a todo lo que
nos rodea, escuchar a quienes están a nuestro lado: lee, observa, atiende, deduce, acepta,
sorpréndete… Todo ello te permitirá tener una mente más abierta y sensible, ahí
donde incorporar nuevas actitudes y pensamientos que te ayudarán a ser mejor
persona.
Vale la pena tenerlo en cuenta, y ser
siempre coherentes con nuestros valores y nuestras acciones.
Convivir con el resto del mundo puede
ser en ocasiones algo complejo, pero si nos preocupamos por dar lo mejor de
nosotros, manteniendo una buena autoestima y una adecuada empatía, nuestra
realidad será más noble.