Si conocemos y aceptamos nuestros
puntos débiles y nuestros defectos como parte de nosotros nadie podrá hacernos
daño a través de ellos, puesto que los tendremos interiorizados, y nos harán
más fuertes
Nadie está libre de defectos ni camina
por el mundo con la perfección absoluta envolviendo su persona.
El ser capaces de ver los propios
defectos y de aceptarlos nos ayudará no solo a respetar los de los demás, sino
que, además, evitaremos también que los puedan usar en nuestra contra.
Muchos de nosotros nos pasamos media
vida intentando ocultar con ropa ancha o maquillaje alguna que otra
“imperfección”.
Son detalles que nosotros mismos
calificamos como “molestos defectos”, de esos capaces de hundir nuestra
autoestima cuando, en realidad, no son más que aspectos que definen nuestra
totalidad como persona y que deberíamos aceptar cuanto antes.
Los auténticos defectos del ser humano
no son unos kilos de más, ni una nariz desviada, ni unos pechos pequeños o
demasiados grandes, ni que un hombre tenga una incipiente calvicie.
Los auténticos defectos son la
incomprensión, la falta de respeto, la crítica, el egoísmo o la agresión. Eso
es ante lo que todos deberíamos luchar.
Tus defectos, mis defectos: nuestras
virtudes
A menudo suele decirse aquello de que
somos una sociedad de eruditos racionales, pero de analfabetos emocionales.
Puede sonar algo dramático, no hay
duda, pero en realidad, algo que percibimos en nuestro día a día es que
escasean aspectos como la empatía, la reciprocidad o el reconocimiento del otro
como alguien que también tiene necesidades y miedos.
En las escuelas no se ha introducido
aún con la adecuada efectividad la materia de la inteligencia emocional.
En lugar de ver este enfoque como un
aspecto multidimensional capaz de vertebrar todas las asignaturas y donde los
maestros deberían ser los mejores modelos, sigue enseñándose de manera aislada
y un par de veces por semana (o incluso ninguna).
La anatomía de la autoestima
Cuando yo tengo baja autoestima espero
que los demás, con sus palabras y acciones, me ofrezcan lo que me falta:
confianza y seguridad. Que me regalen halagos y me digan que no soy tan “feo”
como yo pienso, que me digan que “soy mejor persona” de lo que yo creo.
Hemos de entender que los demás no nos
dan ni nos quitan nada. El resto del mundo no está para llenar nuestras
carencias ni para dar seguridad a nuestros temores.
No debemos proyectar necesidades
propias en los demás, hemos de ser capaces de construir nuestras propias
seguridades y de racionalizar lo que nosotros mismos etiquetamos como defectos.
Si yo califico mi rostro con pecas
como defecto o mi nariz algo desviada como algo horrible, los demás se darán
cuenta de ello y en algún momento lo usarán en mi contra.
Ahora bien, es necesario darnos cuenta
de que el auténtico “defecto” en estos casos es esa baja autoestima capaz de
decirme que, por esos simples detalles, debo moverme por el mundo con timidez y
la mirada baja.
El resto de personas no atacarán esos
supuestos detalles físicos, atacarán nuestra vulnerabilidad personal. Por ello,
es vital que fortalezcamos nuestra autoestima, para hacer de los defectos
“virtudes”.
Todo ello hace que sigamos dando al
mundo niños inseguros con baja autoestima, adolescentes que ven defectos en su
persona hasta el punto de convertirlos en auténticos agujeros negros que los
demás intuyen y usan en su contra.
Es algo complejo y delicado que
debemos saber afrontar.
Defectos: virtudes que nos hacen
especiales
Volvemos a incidir en lo señalado al
principio: el auténtico defecto está en ese corazón capaz de agredir, humillar
o hacer daño a los demás.
El aspecto físico, la forma de pensar,
de sentir o de vivir de uno mismo jamás será un defecto o algo reprochable
mientras exista el respeto.
El problema de todo esto se halla en
que pasamos gran parte de nuestra existencia más preocupados del exterior que
del interior.
Validamos nuestro aspecto físico
basados en las modas, en lo que los demás valoran como “hermoso”. Si no
entramos en ese molde, nos autoexcluimos. No es lo adecuado.
Solo cuando nos aceptemos a nosotros
mismos nos daremos cuenta de lo valiosos que somos.
Las personas que son capaces de ver
ese detalle especial diferente al resto como una virtud son las que viven más
felices, porque se consideran auténticas.
Ser demasiado alto, demasiado bajo, tener un lunar en la mejilla, nacer con un cabello rizado y horriblemente rebelde, o tener un pecho pequeño o muy grande… ¿Qué importancia tiene?
La belleza de las personas está en su variedad, en su originalidad. El aspirar a ser todos iguales es quitar alas a nuestra esencia y a nuestra belleza. No merece la pena.
No hay personas con defectos, existen mentes con vacíos. Enfoca tu vida de otro modo y empieza a atender más tu autoestima, tu forma de ser, tu belleza única y particular.