Cuando los espíritus iban a ser
sacrificados, entregaron sus mantos a la gente diciendo: “Son para vosotros.
Pónganselos”. Pero aunque los mantos eran valiosos, las personas gemían. Iban
llorando de un lado para otro con los mantos envueltos sobre los hombros y
preguntando: “¿Dónde están los espíritus? ¿Nunca volveremos a verlos?”.
Viajaron hacia acá y hacia allá, buscándoles por todas partes.
Un hombre viajó hasta el océano oriental,
buscando a Tezcatlipoca. Al llegar a la costa y detenerse, se le apareció el
espíritu en tres figuras, brillando en el cielo. Y le dijo: “Ven, amigo mío.
Quiero que vayas a la casa del sol y traigas cantantes e instrumentos para que
podáis hacer música en memoria mía. Llama a mis tres sobrinas, la ballena, la
tortuga marina y el manatí, y diles que formen un puente a través del agua”.
El hombre hizo lo que le dijeron y caminó
sobre el océano hasta la casa del sol. Al aproximarse, vio al sol rodeado de
cantantes vestidos de blanco, rojo, amarillo y verde, tocando tambores de piel
y de leño.
El sol, al levantar la vista y ver que alguien
se acercaba, dijo a los cantantes: “Ese es un ladrón. Si os llama no
respondáis, pues quien le responda tendrá que irse con él”. Pero entonces el
hombre les llamó con una canción tan dulce que no pudieron evitar responderle.
Cuando él se dio la vuelta se fueron tras él, llevándose los tambores y tocando
y cantando mientras caminaban.
Desde entonces las personas hicieron
celebraciones y cantaron canciones en honor de los espíritus. Al escuchar la
música, los espíritus descienden del cielo para cantar con la gente y se unen a
sus danzas.