Furioso por los desprecios de la diosa
Diana, Cupido cogió un día sus flechas, montó el arco con una de ellas y le
apuntó directamente al corazón de Diana. La flecha dio en el blanco, pero no
hirió a Diana, con un rápido movimiento, la esquivó. La flecha atravesó el seno
de Ninfea, una de las ninfas de Diana.
Ninfea se quedó totalmente enamorada y
tuvo sensaciones que nunca había sentido, un ardor la consumía. Luchó entre su
deseo loco y su pudor. Maldijo las rígidas leyes, y se maldijo a ella misma por
ese deseo que sentía. Intentó sacarse la flecha, pero no pudo.
Llorando se fue al bosque gritando:
-“¡Oh, pudor!; tú, el más preciado y bello adorno de una ninfa sagrada; si mi
espíritu es culpable para contigo de un sentimiento vivo que te ofende, mi
cuerpo todavía está inocente; que sea suficiente esta víctima para tu cólera
excelsa; que esta pura onda me lave de un crimen que concebí para mi pena, y
que mi voluntad con horror detesta”.
Levantando los ojos al cielo,
inundados de lágrimas, se precipitó al agua. Sus compañeras la buscaron. La
encontraron las dríades. Diana lamentó el espantoso destino de Ninfea, pero no
permitió que su cuerpo se sumergiera. Sobre las olas del mar, la hizo flotar, y
lo convirtió en la flor que se llama nenúfar, de un blanco radiante, con un
tallo esplendoroso y unas hojas verdes anchas y brillantes. Desde ese momento,
las aguas que rodean a los nenúfares son sosegadas y suaves.
Ninfea había calmado el fuego de la
pasión del hijo de Venus en el agua, entonces Diana quiso que los nenúfares
tuvieran la propiedad de calmar los sentidos para no tener deseos impuros.
Desde esos días, las ninfas no tienen miedo a las flechas de Cupido, ya que
Ninfea, transformada en Nenúfar, las protege y les sirve como revulsivo a los
ataques de la pasión.