Si hemos de creer esta clase de relatos, sería cierto que los soldados nunca mueren, sino que tan sólo se esfuman. A veces, incluso, ni esto, de suerte que los guerreros del pasado retornan al mundo de los vivos, integrando ejércitos fantasmales que reviven eternamente sus batallas. O, al menos, existe una verdadera multitud de leyendas que así lo afirma.
Se dice que las extrañas pisadas de los caballeros que marchan cubiertos por sus armaduras han sido oídas a menudo en el histórico Glastonbury, en Somerset. También que en un valle de Wiltshire, cerca de Woodmanton, se han visto caballos de guerra desprovistos de cabeza que atraviesan la región al galope por los mismos lugares por los que se libraron antiguas batallas entre romanos y britanos. Se cuenta, asimismo, que en las ruinas de lo que antaño fuera la población española de Belchite (totalmente aniquilada durante la Guerra Civil) aún, si se presta mucha atención, puede el visitante verse sorprendido por los sonidos lejanos de los bombardeos y el fuego antiaéreo. Idénticos relatos se cuenta acerca de algunos lugares de Normandía, en los que muchos testigos dicen haber podido escuchar los ecos del célebre desembarco del 6 de junio de 1944.
Sin embargo, el más célebre de los campos de batalla fantasmales se encuentra en el Reino Unido. Más concretamente en Edgehill, Warwickshire. Allí se libró una terrible batalla durante el 23 de octubre de 1642. Intervinieron más de 40.000 hombres. El choque se produjo entre las tropas del rey, conducidas por el príncipe Rupert, y los parlamentaristas, conocidos como Cabezas Peladas, que capitaneaba Oliver Cromwell. Al terminar el día, el campo estaba cubierto de cadáveres, heridos y moribundos. Ambos bandos se retiraron para continuar con la guerra en otras regiones. Fue entonces cuando llegaron a Londres informes de aldeanos que indicaban que la batalla se había vuelto a producir en varias ocasiones desde entonces, siendo los contendientes nada menos que los fantasmas de los soldados fallecidos en aquel duro día. En efecto, se cuenta que los habitantes de la zona pudieron contemplar por vez primera, y con todo lujo de detalles, una reproducción exacta del choque apenas dos meses después de que la batalla real hubiera tenido lugar.
Desconcertado por estos relatos, el rey Carlos I envió a cuatro oficiales de su confianza a fin de que investigaran el caso. Los militares informaron del cuento narrado por los supuestos testigos: varios pastores que recorrían la zona con su ganado. Al parecer, estos estaban cuidando de sus rebaños durante el día de Nochebuena –aquel año de 1642 cayó en domingo-, cuando de pronto oyeron el inesperado sonido de tambores que se aproximaban, y vieron cómo en un instante los dos ejércitos aparecieron en el cielo, con sus banderas y pendones desplegados, disparando mosquetes y cañones. Los dos bandos lucharon encarnizadamente durante varias horas hasta que, finalmente, desaparecieron sin dejar rastro en la madrugada del día de Navidad. A la noche siguiente los pastores montaron guardia en el campo, pero esta vez acompañados por ciudadanos ilustres y respetados de su parroquia, así como de las poblaciones vecinas. Y todos los testigos quedaron asombrados cuando los dos ejércitos fantasmales aparecieron de nuevo “con el mismo tumulto guerrero, luchando con la misma fiereza y furia que antes”. Esta no fue la última aparición. Durante el domingo siguiente los soldados espectrales retornaron al campo de batalla y lucharon “con un tumulto todavía mayor” durante cuatro horas. Al día siguiente, las tropas volvieron a enzarzarse. Y el fenómeno se repetiría en tres ocasiones más durante los días sucesivos, de suerte que los oficiales enviados por el rey pudieron contemplar por sí mismos la batalla, e incluso reconocieron a alguno de los combatientes que habían intervenido –y encontrado la muerte- en la lucha original.
A partir de entonces, se registraron numerosas denuncias acerca de extraños estruendos y de la aparición de fantasmas luchadores, procedentes de diversas guerras, en diferentes áreas de Gran Bretaña. Pero lo cierto es que estos combates espectrales nunca llegaron a alcanzar un grado de dramatismo y persistencia parecido al relatado anteriormente. Así por ejemplo, en 1745 unas treinta personas pudieron contemplar un ejército de fantasmas que marchaba sobre el cielo de Souter Fell, en Cumbria, durante la época de la rebelión de los jacobitas. En el mismo sitio donde en 1746 se llevó a cabo la batalla de Culloden Moor, se ha visto recientemente a guerreros fantasmales. Y en 1932 dos asustados motociclistas vieron a dos soldados cubiertos con capotes cerca del Páramo de Marston (Yorkshire) en el mismo lugar donde en 1644 se libró otra importante batalla de la guerra civil.
También las grandes acciones de la Guerra de Secesión estadounidense contaron con un buen surtido de fantasmas. La más célebre supuesta aparición de este tipo es la del cruento enfrentamiento de Shiloh (Tennessee), durante el que murieron unos 23.000 hombres. En el día siguiente a la batalla –a decir de los lugareños-, el río Tennessee, aledaño al campo de batalla, corría teñido en rojo a causa de la sangre vertida por los soldados. Y, desde entonces, numerosas personas han dicho ver y oír reproducciones fantasmagóricas del feroz episodio bélico.
Las dos guerras mundiales, por su parte, han aportado también una considerable cantidad de fantasmas, espectros y leyendas de esta índole. Y es posible que uno de los relatos de esta especie más conocidos sea el de los llamados Ángeles de Mons. Según se contó, estos espectros aparecieron por primera vez durante la Batalla de Mons (la primera confrontación entre británicos y alemanes, y que se engloba en el conjunto de enfrentamientos conocido como Batalla del Marne), en Bélgica, en el curso de la Primera Guerra Mundial. Era el 26 de agosto de 1914. Se trataba -se dice- de los fantasmas de los arqueros que intervinieron en la batalla de Agincourt en 1415. Su aparición consternó tan seriamente a las tropas alemanas que se mostraron incapacitadas para el combate, y ello permitió que las fuerzas expedicionarias británicas se retiraran y reagruparan después de una lucha feroz que, en otro caso, habría terminado en un completo desastre.
Lo cierto es que nadie dijo una sola palabra de este suceso hasta el mes de septiembre. Ocurrió que, impresionado por este primer revés del ejército británico que salvó los muebles en el último momento, el excepcional escritor Arthur Machen, especializado en relatos de carácter sobrenatural y gran inspirador de autores tan célebres como H. P. Lovecraft, escribió en el Evening News de Londres un extraordinario relato acerca de una “banda de ángeles” que salvó a las tropas británicas del desastre. Más tarde, ante la insospechada expansión de la historia entre la opinión pública, Machen decidió rectificar y confesó que se la había inventado de principio a fin. No sirvió de nada. Pese a la retractación pública del escritor, numerosos oficiales y soldados tuvieron un súbito arrebato de memoria durante el que juraron haber visto a los dichosos ángeles. De tal modo, y por citar uno de estos testimonios intempestivos, un oficial de Bristol, en una entrevista que concedió a la revista de su parroquia, relató que cuando un grupo de la caballería alemana le aisló junto con sus compañeros, comprendió que les esperaba ya una muerte irremediable. Y que fue entonces cuando los ángeles se materializaron, colocándose entre las dos fuerzas de suerte que los caballos alemanes se aterraron y no quisieron entrar en la lucha. Un brigadier y otros dos oficiales británicos refirieron una historia similar a su capellán; un teniente coronel narró que, durante la retirada, su batallón de caballería fue escoltado durante veinte minutos, hasta que se encontraron en terreno seguro, por jinetes espectrales situados en los campos, a ambos lados del camino.
De nada sirvió que Machen reiterase una y otra vez que se había inventado el cuento inspirado por los acontecimientos de Mons… En pocos meses, para la opinión pública británica, la aparición de los viejos arqueros de Agincourt era ya tan real como el propio Kaiser Guillermo. Más todavía: en un arrebato de histeria colectiva sin precedentes los casos de ejércitos espectrales que acudían desde el más allá en ayuda de las tropas de Su Majestad, comenzaron a multiplicarse. Así, tras la finalización la Primera Guerra Mundial, se difundieron versiones, proporcionadas por los soldados franceses y alemanes, según las cuales el bando británico habría contado a menudo con la ayuda de aliados sobrenaturales. Pero lo cierto es que los tres ejércitos que se disputaron el Frente Occidental estaban exhaustos después de la dura lucha, y es posible que los soldados hubieran sufrido alucinaciones a causa de las penalidades pasadas en las terroríficas trincheras que jalonaron Europa.
Sin embargo, reales o no, los célebres Ángeles de Mons, así como otras leyendas similares, se difundieron con profusión incluso por parte de las Autoridades y contribuyeron a elevar la moral entre las huestes británicas.
En el amor y en la guerra… ya se sabe.
Se dice que las extrañas pisadas de los caballeros que marchan cubiertos por sus armaduras han sido oídas a menudo en el histórico Glastonbury, en Somerset. También que en un valle de Wiltshire, cerca de Woodmanton, se han visto caballos de guerra desprovistos de cabeza que atraviesan la región al galope por los mismos lugares por los que se libraron antiguas batallas entre romanos y britanos. Se cuenta, asimismo, que en las ruinas de lo que antaño fuera la población española de Belchite (totalmente aniquilada durante la Guerra Civil) aún, si se presta mucha atención, puede el visitante verse sorprendido por los sonidos lejanos de los bombardeos y el fuego antiaéreo. Idénticos relatos se cuenta acerca de algunos lugares de Normandía, en los que muchos testigos dicen haber podido escuchar los ecos del célebre desembarco del 6 de junio de 1944.
Sin embargo, el más célebre de los campos de batalla fantasmales se encuentra en el Reino Unido. Más concretamente en Edgehill, Warwickshire. Allí se libró una terrible batalla durante el 23 de octubre de 1642. Intervinieron más de 40.000 hombres. El choque se produjo entre las tropas del rey, conducidas por el príncipe Rupert, y los parlamentaristas, conocidos como Cabezas Peladas, que capitaneaba Oliver Cromwell. Al terminar el día, el campo estaba cubierto de cadáveres, heridos y moribundos. Ambos bandos se retiraron para continuar con la guerra en otras regiones. Fue entonces cuando llegaron a Londres informes de aldeanos que indicaban que la batalla se había vuelto a producir en varias ocasiones desde entonces, siendo los contendientes nada menos que los fantasmas de los soldados fallecidos en aquel duro día. En efecto, se cuenta que los habitantes de la zona pudieron contemplar por vez primera, y con todo lujo de detalles, una reproducción exacta del choque apenas dos meses después de que la batalla real hubiera tenido lugar.
Desconcertado por estos relatos, el rey Carlos I envió a cuatro oficiales de su confianza a fin de que investigaran el caso. Los militares informaron del cuento narrado por los supuestos testigos: varios pastores que recorrían la zona con su ganado. Al parecer, estos estaban cuidando de sus rebaños durante el día de Nochebuena –aquel año de 1642 cayó en domingo-, cuando de pronto oyeron el inesperado sonido de tambores que se aproximaban, y vieron cómo en un instante los dos ejércitos aparecieron en el cielo, con sus banderas y pendones desplegados, disparando mosquetes y cañones. Los dos bandos lucharon encarnizadamente durante varias horas hasta que, finalmente, desaparecieron sin dejar rastro en la madrugada del día de Navidad. A la noche siguiente los pastores montaron guardia en el campo, pero esta vez acompañados por ciudadanos ilustres y respetados de su parroquia, así como de las poblaciones vecinas. Y todos los testigos quedaron asombrados cuando los dos ejércitos fantasmales aparecieron de nuevo “con el mismo tumulto guerrero, luchando con la misma fiereza y furia que antes”. Esta no fue la última aparición. Durante el domingo siguiente los soldados espectrales retornaron al campo de batalla y lucharon “con un tumulto todavía mayor” durante cuatro horas. Al día siguiente, las tropas volvieron a enzarzarse. Y el fenómeno se repetiría en tres ocasiones más durante los días sucesivos, de suerte que los oficiales enviados por el rey pudieron contemplar por sí mismos la batalla, e incluso reconocieron a alguno de los combatientes que habían intervenido –y encontrado la muerte- en la lucha original.
A partir de entonces, se registraron numerosas denuncias acerca de extraños estruendos y de la aparición de fantasmas luchadores, procedentes de diversas guerras, en diferentes áreas de Gran Bretaña. Pero lo cierto es que estos combates espectrales nunca llegaron a alcanzar un grado de dramatismo y persistencia parecido al relatado anteriormente. Así por ejemplo, en 1745 unas treinta personas pudieron contemplar un ejército de fantasmas que marchaba sobre el cielo de Souter Fell, en Cumbria, durante la época de la rebelión de los jacobitas. En el mismo sitio donde en 1746 se llevó a cabo la batalla de Culloden Moor, se ha visto recientemente a guerreros fantasmales. Y en 1932 dos asustados motociclistas vieron a dos soldados cubiertos con capotes cerca del Páramo de Marston (Yorkshire) en el mismo lugar donde en 1644 se libró otra importante batalla de la guerra civil.
También las grandes acciones de la Guerra de Secesión estadounidense contaron con un buen surtido de fantasmas. La más célebre supuesta aparición de este tipo es la del cruento enfrentamiento de Shiloh (Tennessee), durante el que murieron unos 23.000 hombres. En el día siguiente a la batalla –a decir de los lugareños-, el río Tennessee, aledaño al campo de batalla, corría teñido en rojo a causa de la sangre vertida por los soldados. Y, desde entonces, numerosas personas han dicho ver y oír reproducciones fantasmagóricas del feroz episodio bélico.
Las dos guerras mundiales, por su parte, han aportado también una considerable cantidad de fantasmas, espectros y leyendas de esta índole. Y es posible que uno de los relatos de esta especie más conocidos sea el de los llamados Ángeles de Mons. Según se contó, estos espectros aparecieron por primera vez durante la Batalla de Mons (la primera confrontación entre británicos y alemanes, y que se engloba en el conjunto de enfrentamientos conocido como Batalla del Marne), en Bélgica, en el curso de la Primera Guerra Mundial. Era el 26 de agosto de 1914. Se trataba -se dice- de los fantasmas de los arqueros que intervinieron en la batalla de Agincourt en 1415. Su aparición consternó tan seriamente a las tropas alemanas que se mostraron incapacitadas para el combate, y ello permitió que las fuerzas expedicionarias británicas se retiraran y reagruparan después de una lucha feroz que, en otro caso, habría terminado en un completo desastre.
Lo cierto es que nadie dijo una sola palabra de este suceso hasta el mes de septiembre. Ocurrió que, impresionado por este primer revés del ejército británico que salvó los muebles en el último momento, el excepcional escritor Arthur Machen, especializado en relatos de carácter sobrenatural y gran inspirador de autores tan célebres como H. P. Lovecraft, escribió en el Evening News de Londres un extraordinario relato acerca de una “banda de ángeles” que salvó a las tropas británicas del desastre. Más tarde, ante la insospechada expansión de la historia entre la opinión pública, Machen decidió rectificar y confesó que se la había inventado de principio a fin. No sirvió de nada. Pese a la retractación pública del escritor, numerosos oficiales y soldados tuvieron un súbito arrebato de memoria durante el que juraron haber visto a los dichosos ángeles. De tal modo, y por citar uno de estos testimonios intempestivos, un oficial de Bristol, en una entrevista que concedió a la revista de su parroquia, relató que cuando un grupo de la caballería alemana le aisló junto con sus compañeros, comprendió que les esperaba ya una muerte irremediable. Y que fue entonces cuando los ángeles se materializaron, colocándose entre las dos fuerzas de suerte que los caballos alemanes se aterraron y no quisieron entrar en la lucha. Un brigadier y otros dos oficiales británicos refirieron una historia similar a su capellán; un teniente coronel narró que, durante la retirada, su batallón de caballería fue escoltado durante veinte minutos, hasta que se encontraron en terreno seguro, por jinetes espectrales situados en los campos, a ambos lados del camino.
De nada sirvió que Machen reiterase una y otra vez que se había inventado el cuento inspirado por los acontecimientos de Mons… En pocos meses, para la opinión pública británica, la aparición de los viejos arqueros de Agincourt era ya tan real como el propio Kaiser Guillermo. Más todavía: en un arrebato de histeria colectiva sin precedentes los casos de ejércitos espectrales que acudían desde el más allá en ayuda de las tropas de Su Majestad, comenzaron a multiplicarse. Así, tras la finalización la Primera Guerra Mundial, se difundieron versiones, proporcionadas por los soldados franceses y alemanes, según las cuales el bando británico habría contado a menudo con la ayuda de aliados sobrenaturales. Pero lo cierto es que los tres ejércitos que se disputaron el Frente Occidental estaban exhaustos después de la dura lucha, y es posible que los soldados hubieran sufrido alucinaciones a causa de las penalidades pasadas en las terroríficas trincheras que jalonaron Europa.
Sin embargo, reales o no, los célebres Ángeles de Mons, así como otras leyendas similares, se difundieron con profusión incluso por parte de las Autoridades y contribuyeron a elevar la moral entre las huestes británicas.
En el amor y en la guerra… ya se sabe.
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