Aprovechemos de la mejor manera posible lo que ahora está en nuestras manos, y dejaremos el futuro en las manos de Dios.
El pronóstico no dejaba lugar a dudas: hoy, mañana y pasado soplaría un viento que daría un toque agradable, casi primaveral, al verano. Después de tres días agradables, llegaría un calor asfixiante que dominaría el panorama por cinco días.
Sí: otra vez vendrá el calor. Una extraña pena envuelve el alma. ¿Seremos capaces de soportarlo? ¿Cómo sobreviviremos cuando lleguen noches en las que reinan un aire cálido y una humedad insoportable?
Mientras, un viento agradable alivia el momento presente. La mirada a lo que va a ocurrir, al calor que llegará en unos días, aparta la atención a ese hoy fresco que Dios nos concede.
Así somos los humanos: el miedo a un dolor que, según parece, llegará, nos impide aprovechar un presente lleno de bellezas maravillosas.
También ocurre, es importante completar el cuadro, que cuando el calor nos asfixia a lo largo del día, pensar que en unos días llegará el fresco produce un alivio importante para el alma.
Si reflexionamos un momento sobre este tipo de expectativas, podremos reconocer, como ya hicieron los antiguos filósofos griegos, que no tiene sentido vivir amargado ante sufrimientos anticipados cuando el presente nos da ribetes de alegría sana y un descanso para el alma. Como tampoco la esperanza de una tregua futura detiene la fuerza aplastante de un calor que nos rodea por todos lados.
Una visión equilibrada de la vida nos permite acometer con serenidad de alma lo que pueda ocurrir en un futuro incierto, y a afrontar el presente con un realismo sano. Desde esa visión, podremos evitar sufrimientos anticipados por hechos futuros que quizá nunca lleguen a nuestra vida, y seremos capaces de vivir el instante presente de un modo más sereno.
De esta manera, aprovecharemos de la mejor manera posible eso que ahora está en nuestras manos, y dejaremos el futuro en las manos de un Dios que sabe lo que es mejor para cada uno de sus hijos.
Autor: P. Fernando Pascual LC.
El pronóstico no dejaba lugar a dudas: hoy, mañana y pasado soplaría un viento que daría un toque agradable, casi primaveral, al verano. Después de tres días agradables, llegaría un calor asfixiante que dominaría el panorama por cinco días.
Sí: otra vez vendrá el calor. Una extraña pena envuelve el alma. ¿Seremos capaces de soportarlo? ¿Cómo sobreviviremos cuando lleguen noches en las que reinan un aire cálido y una humedad insoportable?
Mientras, un viento agradable alivia el momento presente. La mirada a lo que va a ocurrir, al calor que llegará en unos días, aparta la atención a ese hoy fresco que Dios nos concede.
Así somos los humanos: el miedo a un dolor que, según parece, llegará, nos impide aprovechar un presente lleno de bellezas maravillosas.
También ocurre, es importante completar el cuadro, que cuando el calor nos asfixia a lo largo del día, pensar que en unos días llegará el fresco produce un alivio importante para el alma.
Si reflexionamos un momento sobre este tipo de expectativas, podremos reconocer, como ya hicieron los antiguos filósofos griegos, que no tiene sentido vivir amargado ante sufrimientos anticipados cuando el presente nos da ribetes de alegría sana y un descanso para el alma. Como tampoco la esperanza de una tregua futura detiene la fuerza aplastante de un calor que nos rodea por todos lados.
Una visión equilibrada de la vida nos permite acometer con serenidad de alma lo que pueda ocurrir en un futuro incierto, y a afrontar el presente con un realismo sano. Desde esa visión, podremos evitar sufrimientos anticipados por hechos futuros que quizá nunca lleguen a nuestra vida, y seremos capaces de vivir el instante presente de un modo más sereno.
De esta manera, aprovecharemos de la mejor manera posible eso que ahora está en nuestras manos, y dejaremos el futuro en las manos de un Dios que sabe lo que es mejor para cada uno de sus hijos.
Autor: P. Fernando Pascual LC.
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