Acercándonos
a los tiempos semihistoricos, nos encontramos con una gran variedad de leyendas
íntimamente conectadas con la primitiva historia de la ciudad de México.
La
mayoría de estas tienen un carácter misterioso y pesimista y arrojan mucha luz
sobre el oscuro fanatismo de una gente que podía inmolar a sus hijos sobre los
altares de los impecables dioses.
En
una de ellas se dice como, después de que los aztecas hubieran terminado la
edificación de la ciudad de México, levantaron un altar a su dios de la guerra
huitzilopochtli.
En
general, las vidas entregadas a estas deidades, casi todas sanguinarias, fueron
de los prisioneros de guerra, pero en épocas de calamidad pública demandaba el
sacrificio de los más nobles del lugar.
En
cierta ocasión, su oráculo requirió el sacrificio de una princesa real ante el
altar mayor. El rey azteca, no poseyendo hijas propias o bien no entrando en
sus cálculos el hecho de sacrificarlas, envío una embajada a visitar al monarca
de colhuacan para pedir que una de sus varias hijas ocupara el trono de la
madre simbólica de huiztzilopochitli.
El
rey colhuaca, no sospechando nada raro y altamente halagado por dicha
distinción, entrego a la chica, quien fue escoltada hasta México, donde fue
sacrificada con mucha pompa, siendo su piel desollada para vestir el sacerdote
que representaba a la deidad en la fiesta.
El
infeliz padre fue invitado a esta horrible orgia, aparentemente para presenciar
la deificación de su hija.
En
los tenebrosos aposentos del templo del dios de la guerra el fue al principio
incapaz de advertir el curso del horrible ritual. Pero dándole una antorcha de
goma de copal, vio al sacerdote oficiante vestido con la piel de su hija,
recibiendo el homenaje de los fieles.
Reconociendo
los rasgos de su hija, enloqueció de aflicción y horror, huyendo destrozado del
templo, para pasar el resto de sus días enlutado por el asesinato de su hija.
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