Ser un buen amigo no
siempre es fácil, pero tomar el tiempo para cultivar una amistad duradera vale
cada gramo de esfuerzo.
La amistad es una
cajita de cristal. Pequeña, transparente, donde guardas allí dentro todos tus
pensamientos, ideas, cariño y amor.
Un cristal fino donde
te reflejas. Material en el que están hechos tus sueños. Son porciones de tu
corazón que intentas que no se rayen nunca.
Un amigo es más que
una persona. Algo que no es físico, algo que siempre llevas. Es eso que recoges
por el camino y guardas en tu cajita de cristal, cuidadosamente acomodado en su
interior de terciopelo. Todo eso en lo que crees, en lo que confías, en lo que
sientes.
Eso que más allá del
mundo encuentras. Eso que te abraza cuando piensas que no puedes más. Algo que
lamentas no ver. Porque el amigo no se ve, no se toca, no se huele. Simplemente
lo sientes. Y, aunque se encuentre sentado a tu lado, tú nunca lo ves como la
materia física que es. Su esencia oculta entre los pliegues del terciopelo de
tu cajita de cristal.
A veces lo miras a los
ojos. A veces sientes su presencia.
Sin embargo, el amigo
no es la persona que ves. Es la persona que sientes.
Es aquello por lo que darías todo.
Menos tu cajita de cristal…
Desconozco su autor
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