Art Beaudry, profesor de origami, el
antiguo arte japonés de plegar el papel, aceptó representar al Instituto de
Aprendizaje Lafarge en una exhibición que se realizaría en un gran centro
comercial de Milwaukee.
Había decidido llevar consigo unas doscientas
grullas de papel plegado para repartir entre los que se detuvieran ante su
puesto, pero le sucedió algo extraño: una voz le dijo que hiciera, con papel de
estaño, una grulla dorada. La extraña voz fue tan insistente que Art se
encontró hurgando en su colección de papeles para origami hasta encontrar una
brillante lámina de papel dorado.
-¿Por qué hago esto?- se preguntó.
Art no había trabajado nunca en papel de
estaño; no era tan fácil de plegar como el resistente papel multicolor. Pero la
vocecita insistía. Art carraspeó, tratando de ignorarla.
-¿Por qué papel de estaño dorado? El
papel común es mucho más práctico para trabajar-farfulló Art.
-Debes hacerlo- continuó la voz-;
mañana lo entregarás a una persona especial.
Art comenzaba a ponerse nervioso.
- ¿A qué persona especial?
-Ya la conocerás-dijo la voz.
Esa noche Art plegó empeñosamente el rebelde
estaño dorado, hasta convertirlo en una figura tan grácil y delicada como una
grulla real a punto de levantar vuelo. Por último guardó a esa exquisita ave en
una caja, junto con las otras doscientas coloridas grullas de papel que había
hecho en las semanas anteriores.
Al día siguiente, en el centro de compras,
docenas de personas se detuvieron en el puesto de Art para hacerle preguntas
sobre origami. Él hizo demostraciones. Plegó, desplegó y replegó. Explicó los
intrincados detalles y la necesidad de hacer pliegues bien marcados.
De pronto vio a una mujer de pie frente a él.
La persona especial. Art no la había visto nunca; sin pronunciar palabra, ella
lo observó atentamente mientras él plegaba un trozo de papel rosado hasta
convertirlo en una grulla de gráciles alas.
Art levantó la vista hacia ella y, casi sin
darse cuenta, metió la mano en la caja llena de grullas de papel. Allí estaba
la delicada ave de papel dorado que había hecho la noche anterior. La sacó para
depositarla delicadamente en la mano de la mujer.
-No sé por qué, pero dentro de mí hay
una voz que me ordena darle esta grulla dorada, señora. La grulla es el antiguo
símbolo de la paz-dijo simplemente Art.
La mujer, en silencio, ahuecó su manita en
torno de la frágil ave, como si tuviera vida. Art notó que tenía los ojos
desbordantes de lágrimas. Después de un largo suspiro, la mujer dijo:
-Hace tres semanas, murió mi marido.
Ésta es la primera salida hoy. Hoy...-Se enjugó los ojos con la mano libre, mientras
sostenía la grulla dorada en la otra. -Hoy cumpliríamos nuestras bodas de oro.
Luego, con voz clara, la desconocida agregó:
-Gracias por este hermoso regalo.
Ahora sé que mi marido descansa en paz. ¿No se da cuenta? La voz que usted oyó
es la voz de Dios y es Él quien me regala esta hermosa grulla. Es el regalo más
maravilloso que pude haber recibido para mi aniversario. Gracias por escuchar
la voz de su corazón.
Así aprendió Art a escuchar con atención
cuando una vocecita interior le ordena hacer algo, aunque en el momento no lo
entienda.
Patricia Lorenz
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