Conocemos a familias que asfixian a sus miembros, que los reducen hasta hacerlos seres
realmente infelices. Son aquellas donde hay: rigidez de normas o ausencia total de ellas, maltratos físicos, verbales y psicológicos a
sus miembros, entre otras. Si indagáramos el
por qué un padre o una madre se comportan así con los hijos, descubrimos
que también fueron agredidos, en mayor o menor medida.
Entonces, se requiere trabajo interno, lucha para superar
esa condición que los convierte en
máquinas generadoras de infelicidad. Los hijos que crecen en este ambiente,
reproducen el patrón. Las mujeres se buscan a una pareja agresora, maltratadora o son ellas quienes maltratan al
hombre. Igual ocurre con el varón, es
un agresor activo o pasivo que se deja
manipular y agredir. Los hijos que crecen en este ambiente vuelven a repetir el
patrón de crianza y el círculo continúa su giro.
Por esa razón, se hace necesario observarse,
para detener esa cadena y liberarse de
ataduras. Darse cuenta por qué
atrajimos a personas agresivas a nuestra vida, dónde nos estamos agrediendo
nosotros mismos, para comenzar la sanación. En la medida en que nos
sanemos, sanan los demás, ya no hay agresores ni agredidos.
Como profesora de preescolar atendí durante 25 años a cientos
de niños maltratados, agredidos, llenos de dolor por el trato que recibían de
sus padres y familiares. Ayudarlos a subir el autoestima es fundamental,
orientar a los padres para que cambien los patrones de crianza es otra de las
funciones del docente.
La mayoría de personas hemos sufrido o vivido en estas
condiciones de dolor, lo que nos ha llevado formar hogares igualmente
destructivos. También ocurre que quienes
viven esas situaciones en su infancia, pierden la fuente natural de su felicidad genuina y la sustituyen por una
externa, se convierten en adictos a algo, como: comida, internet,
teléfono, trabajo, alcohol, sexo,
drogas, entre otros. Es por esto que debemos atender a los niños que son
maltratados e “intervenir” a sus
familias para ayudarlos a “aprender” a tener
una convivencia sana. En este sentido,
los maestros en las escuelas deberían trabajar en coordinación con los
organismos de protección infantil y así minimizar esta problemática.
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