EL PIQUE TERMINÓ, ABRIÉNDOSE
LA SELVA EN UN AMPLIO ESPACIO. PARPADEÓ MEDIO ENCEGUECIDO POR EL SOL DE FUEGO
QUE SE DESPLOMABA SOBRE LA TIERRA. DESCANSÓ BREVES INSTANTES, HASTA ACOSTUMBRAR
SUS OJOS A LA BRILLANTE CLARIDAD. OBSERVÓ LAS HUELLAS QUE SE DIRIGÍAN EN
DIRECCIÓN A UN CARAGUATAL. EL VIENTO LO FAVORECÍA. UNA RÁFAGA TRAJO EL OLOR DEL
FELINO, FUERTE, RECIENTE. SUS MÚSCULOS SE ENDURECIERON. UN ESCALOFRÍO RECORRIÓ
SU CUERPO Y SU CORAZÓN LATIÓ RÁPIDAMENTE.
¡NO DEBÍA TENER MIEDO!... RECORDÓ
EL CUERPECITO A MEDIO COMER DE SU HERMANO, EL PRECIOSO MITAÍ, Y VOLVIÓ SU FURIA
Y SU CORAJE. EL ODIO MÁS PROFUNDO LO CONMOVIÓ HASTA LAS ÚLTIMAS FIBRAS DE SU
CORAZÓN.
CHICUÁ SE DESLIZÓ
SIGILOSAMENTE A TRAVÉS DEL ESTRECHO PIQUE QUE, CUAL UNA ARTERIA, ATRAVESABA LA
DENSIDAD DE LA SELVA MISIONERA. A VECES LAS ESPINAS DE TACUARAS SE CLAVABAN EN
SU DESNUDO TORSO Y PIERNAS. LA SANGRE SE DESLIZABA CON UN FINO HILO ROJO SOBRE
SU PIEL, PERO NO SENTÍA DOLOR. SUS PENSAMIENTOS SE CONCENTRABAN EN UN SOLO
DESEO, EN UN SOLO DEBER: DEBÍA MATAR AL TIGRE DEVORADOR DE HOMBRES. LA FIERA
HABÍA HECHO MUCHO DAÑO, MATANDO A VARIOS DE SUS COMPAÑEROS. EL TERROR Y LA
ANGUSTIA HABÍAN HECHO PRESA DE LA TRIBU. Y AYER... UNA RABIA SORDA LO CONMOVIÓ
AL RECORDAR LA CARITA INOCENTE DE SU HERMANITO MUERTO POR EL YAGUARETÉ-ABÁ. SUS
PODEROSOS MÚSCULOS SE ESTREMECÍAN Y CRISPABAN, SU CUERPO TODO TEMBLABA. ¡NO! ... ¡NO ERA MIEDO LO QUE SENTÍA!. ERA UN
ODIO QUE HABÍA HECHO PRESA DE TODAS LAS FIBRAS DE SU ALMA. ANSIABA ENCONTRARLO
EN EL CUBIL: LAS HUELLAS ERAN FRESCAS. EL OLOR AGRIDULCE DE LA FIERA IMPREGNABA
EL PIQUE Y ALGUNAS GOTAS DE SANGRE MARCABAN EL CLARO RUMBO
¡SÍ!... TENÍA QUE SER UN
YAGUARETÉ-ABÁ. VARIOS INDIOS LO HABÍAN VISTO RONDANDO EL CEMENTERIO. PERO ÉL LO
VENCERÍA Y TERMINARÍA CON EL ASESINO AÑAMEMBÍ. DESCONFIABA DE MICURÉ, EL HIJO
DEL CACIQUE, PUES FRECUENTEMENTE
DESAPARECÍA, Y CUANDO ELLO OCURRÍA UN
INDIO PERDÍA LA VIDA ASESINADO POR EL YAGUARETÉ. TENÍA QUE VENCERLO Y TERMINAR
CON EL CRIMINAL LLEVANDO LA TRANQUILIDAD Y LA PAZ A SU TRIBU.
HABÍA REZADO A TUPÁ Y
PROMETIDO COLOCAR EL CUERO DEL TIGRE EN LO MÁS ALTO DEL CERRO MONJE. TRES DÍAS
HABÍA AYUNADO, Y SÓLO AL TERCERO BEBIÓ AGUA CLARA Y COMIÓ CARNE DE TATETO,
OFRECIENDO EL CORAZÓN A TUPÁ. SU PAYÉ ERA PODEROSO, HECHO CON LA PUNTA DE UN
CUERNO DE TORO, Y LE DABA FUERZA Y RESISTENCIA. LLEVA COMO ARMAS UN CUCHILLO,
UNA LARGA HORQUETA DE GUAYIVIRA Y UNA LANZA.
EMPUÑÓ FIRMEMENTE LA LANZA CON
LA MANO DERECHA Y LA HORQUETA CON LA IZQUIERDA. ENCOMENDOSE A TUPÁ Y CONJURÓ A
LA CAÁ PORA PIDIENDO QUE NO PROTEGIERA AL ASESINO DE LA SELVA.
SABÍA QUE EL YAGUARETÉ-ABÁ NO
DISPARARÍA. AVANZÓ CON PASO ELÁSTICO EN DIRECCIÓN AL CARAGUATAL. UN SAPUCÁI
HIRIÓ DESAFIANTE EL SILENCIO DE LA SELVA. UN RUGIDO LE CONTESTÓ DE
INMEDIATO, Y ANTE SU VISTA APARECIÓ EL DEVORADOR
DE HOMBRES, QUIEN DE UN SALTO SALVÓ LA MARAÑA QUE OCULTABA SU CUBIL. ERA UN
INMENSO TIGRE CON COLA CORTA Y LA FRENTE PELADA. ERA UN YAGUARETÉ-ABÁ, SUS
CARACTERÍSTICAS LO CONFIRMABAN Y CHICUÁ, AL CONTEMPLARLO, RECORDÓ QUE SOLAMENTE
PODÍA VENCERLO SI LO DEGOLLABA. SABÍA QUE LA LUCHA ERA A MUERTE, MIENTRAS VEÍA
LLEGAR AL YAGUARETÉ SILENCIOSAMENTE, CON LOS OJOS COMO BRASAS Y CASI PEGANDO EL
CUERPO A LA ROJA TIERRA, EN TANTO SU COLA AZOTABA COMO UN LÁTIGO SUS FLANCOS.
SABÍA QUE A LOS CINCO METROS SALTARÍA Y AVANZÓ HACIA ÉL DESEOSO DE TERMINAR CON
LA TENSIÓN NERVIOSA QUE LO CONSUMÍA. COMO UNA FLECHA LO VIO VENIR EN EL AIRE Y
SU HORQUETA SE INCRUSTÓ EN EL CUELLO DEL TIGRE,
PARANDO SU SALTO. NO
MENOS RAUDA, SU MANO DERECHA PARTIÓ HACIA ADELANTE, Y CLAVÓ SU LANZA
PROFUNDAMENTE EN UN COSTADO DEL PODEROSO ANIMAL.
UN RUGIDO DE RABIA, DE DOLOR Y MUERTE ESTREMECIÓ LA SELVA. UN
MANOTAZO DEL YAGUARETÉ ALCANZÓ A HERIRLO EN EL HOMBRO, QUITÁNDOLE LA LANZA.
PUDO DETENER AL ENFURECIDO ANIMAL CON LA HORQUETA, MIENTRAS SU MANO ANSIOSA
BUSCABA EL CUCHILLO. ELUDIÓ LA EMBESTIDA DEL TIGRE Y DE UN SALTO CAYÓ SOBRE SU
LOMO. LAS GARRAS DEL YAGUARETÉ DEJARÁN DOS HUELLAS SANGRIENTAS EN SUS PIERNAS,
ABRIÉNDOLE UN PROFUNDO SURCO. PEGADO A SU CUERPO, BUSCABA CHICUÁ SU GARGANTA,
MIENTRAS RODABAN CUBIERTOS DE POLVO Y SANGRE. UN NUEVO MANOTAZO DEL YAGUARETÉ
ABRIÓ UNA NUEVA HERIDA EN SU BRAZO IZQUIERDO. AMBOS RUGÍAN DE DOLOR Y DE RABIA
Y CHICUÁ COMENZÓ A SENTIR QUE PERDÍA FUERZAS Y EL CONOCIMIENTO. HACIENDO UN
SUPREMO ESFUERZO, HUNDIÓ SU CUCHILLO EN LA GARGANTA, CERCENANDO DE UN SOLO TAJO
LA CABEZA DEL YAGUARETÉ. CON DIFICULTAD SE LEVANTÓ, MIRANDO CON OJOS
EXTRAVIADOS AL PODEROSO REY DE LA SELVA. HABÍA VENCIDO Y VENGADO A SUS
COMPAÑEROS Y A SU HERMANO. SUS OJOS, OSCURECIDOS YA POR LA SOMBRA DE LA MUERTE,
PUDIERON VER CÓMO POCO A POCO EL YAGUARETÉ-ABÁ SE IBA TRANSFORMANDO HASTA
ADQUIRIR LAS FORMAS DE UN SER HUMANO. ALCANZÓ A DISTINGUIR, APENAS, EL ROSTRO
DE MICURÉ EN LA CERCENADA CABEZA Y DESPUÉS TODO SE OSCURECIÓ A SU ALREDEDOR,
SINTIENDO QUE CAÍA EN UN POZO NEGRO, MUY HONDO, DESPLOMÁNDOSE SOBRE EL CADÁVER
DEL CRIMINAL DE SU TRIBU.
DÍAS MÁS TARDE, LOS INDIOS
ENCONTRARON LOS CUERPOS MUERTOS DE CHICUÁ Y MICURÉ, ESTE ÚLTIMO DECAPITADO, MUY
PRÓXIMOS AL CUBIL DE UN TIGRE DONDE HABÍA PROFUSIÓN DE HUESOS Y CRÁNEOS
HUMANOS.
ASÍ SUPIERON QUE MICURÉ ERA EL
YAGUARETÉ-ABÁ Y QUE CHICUÁ HABÍA PAGADO CON SU VIDA LA TRANQUILIDAD DE LA
TRIBU.
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