¿COMO ES NUESTRO ENVEJECIMIENTO?
Seguramente usted como yo se ha
preguntado el por qué muchas personas al envejecer muestran comportamientos
diferentes a los habituales, dentro de los cuales se encuentra la mayor parte
de las veces la necesidad de combatir el tiempo y sus estragos, la necesidad de
cambiar de pareja y correr en pos de nuevas aventuras amorosas, el iniciarse en
nuevos hobbies o extralimitarse en ejercicios físicos, por sólo mencionar
algunos cuantos. Quizás encontraremos muchas respuestas a diversas inquietudes
que se presentan conforme envejecemos si aprendemos a hacerlo.
El proceso de envejecimiento en el ser
humano es un proceso de día a día, sin embargo pareciera que existen individuos
que lo asimilan con una mejor filosofía que otros, a quienes el enfrentamiento
con la vejez no sólo les provoca angustia, depresión, sino incluso problemas
desorganizadores de la personalidad.
El envejecimiento es un proceso y
tiene inicio en el momento del nacimiento, sin embargo lo que conocemos como
vejez es una etapa dentro del proceso del individuo, es aquí donde deberemos
diferenciar lo que es el envejecer.
Si partimos de este principio, es a
través de toda nuestra vida que deberemos trabajar e informarnos de los cambios
que sufriremos, para que llegado el momento, éste no nos tome desprevenidos, el
cómo trabajemos en ello, indiscutiblemente que es a nivel individual. Pero para
saber cómo deberemos trabajar, es necesario comenzar por responder a la
pregunta ¿qué es el envejecimiento?, ya que por el hecho de ser un proceso
tiene diversas facetas; siendo éstas lo biológico, cronológico, social,
profesional, psicológico y personal.
Iniciando por lo biológico diríamos
que es una modificación de actividad de las células del organismo, que las
vuelve más lentas para reaccionar de forma eficaz ante los estímulos, la edad
cronológica va estrechamente ligada con la madurez biológica, sin embargo las
muestras de envejecimiento no aparecerán de igual forma en todas las personas
de la misma edad; asimismo cabría mencionar que no envejecen de la misma manera
el hombre y la mujer.
En cuanto a nuestro envejecimiento
físico podemos decir que al avanzar en edad los movimientos corporales se
vuelven más lentos, se pierde elasticidad y se gana grasa. Los reflejos se
encuentran más adormecidos, la velocidad de aprendizaje disminuye y se pierde
intensidad. Esto es un proceso natural, pero no hay que perder de vista que
como seres humanos nos sentimos disminuidos, porque en muchas ocasiones
requeriremos soportes externos para nuestro bienestar (lentes bifocales,
prótesis, bastón, etc.). Este sentimiento provoca que el individuo pueda perder
interés y que se inicie un proceso de aislamiento. Proceso que de no hacerse
reversible en su momento lleva a grandes depresiones y melancolías profundas.
También es importante saber que
independientemente de la edad que poseamos los organismos y miembros de nuestro
cuerpo no envejecerán de igual forma, ya que ello dependerá de la higiene,
hábitos alimenticios, de deporte, que hayamos llevado a cabo a lo largo de
nuestra vida, así como de las accidentes, enfermedades, etc. que hayamos
sufrido.
Una forma generalizada de determinar
en qué etapa de la vida se encuentra el ser humano, es utilizando el tiempo
cronológico, sin embargo la historia de la humanidad nos ha llevado a alargar
las etapas del ciclo de vida humana; y es que anteriormente sin tantos avances
médicos y tecnológicos, el ser humano envejecía y moría a edades que
actualmente se considerarían tempranas. Por lo que no es lo mismo un viejo de
50 años en los años 20´s a un “viejo” de la misma edad en nuestra década. De
ahí que el concepto de vejez haya tenido que modificarse.
Hablando de la vejez social; ésta es
muy cuestionable, ya que según cada civilización se hablará de viejo a una
cierta edad. Sin embargo en nuestra sociedad occidental podríamos decir que
ésta llega en el momento del retiro o jubilación; y la podríamos fijar en los
65 años aproximadamente.
Esta vejez determinada por el ámbito
profesional, es una de las áreas en las que nuestros países latinoamericanos
deberán esforzarse por desarrollar, ya que en la inmensa mayoría de las
empresas no existe un departamento que prepare al individuo para su retiro, y
muchas ocasiones este rompimiento con lo laboral es una ruptura vergonzosa, en
lugar de ser una salida meritoria y ejemplar. ¿Cuánto no estaremos desaprovechando
de la experiencia y conocimientos de estos jubilados?
En Japón muchas empresas contratan
para niveles clave a las personas jubiladas, dándoles la oportunidad de no
romper de forma dramática con su vida profesional y social; ya que muchas veces
ésta se encuentra íntimamente ligada a la otra. No hay que olvidar que todos
aquellos que desempeñamos una labor remunerada con horarios preestablecidos
hemos creado una rutina diaria y en función a ella hemos organizado nuestro
tiempo. Cuando el individuo rompe con su función laboral, por consecuencia se
enfrenta a un rompimiento y desorganización del tiempo, situación que
psicológicamente puede o no ser superada.
A esto mismo hay que añadir, que como
nuestra sociedad valora al individuo en función a su productividad, y ésta va
estrechamente de la mano con el trabajo remunerado, al momento de caer en la no
productividad, el individuo es desvalorizado, y es que nuevamente nuestra
sociedad no otorga valor a las labores recreativas o a las que enriquecen el
espíritu. Se ha perdido la valoración de la persona por la persona, y en
nuestro consumismo, valuamos al otro, conforme a lo que posee, a sus logros
económicos y profesionales, y dejamos de lado mucho de lo espiritual, de la
creatividad, de los ocios y hobbies que cada quién puede desarrollar, y que si
bien no le retribuirán en lo económico, si le satisfarán el alma y el espíritu.
Esta pérdida de valor del sí mismo se
ve aún reforzada dentro de la propia sociedad, quién a través de los medios,
nos hace llegar mensajes constantes de juventud; ¿habrá usted visto alguna
publicidad de desodorantes, perfume, ropa, shampoo, etc., en donde el personaje
no sea un (a) joven? Es por esto que todos caemos en un culto excesivo a la
juventud, siendo quizás las más esclavas del mismo las mujeres, quienes nos la
pasamos revisándonos cualquier pequeña arruga que pudiera aparecer para
inmediatamente correr a comprar los productos que nos venden “ilusiones y
apariencias”.
Asimismo al cultivar la juventud como
expresión de una cultura, estamos minimizando la vejez, a la que se menosprecia
y se le toma como símbolo de decrepitud y decadencia. En el aspecto psicológico
se ha observado que las características negativas de los individuos tienden a
acentuarse conforme se envejece; aunque la personalidad y los comportamientos
pueden sufrir cambios, a través de los años, uno que ha sido el más observado
es el cambio de pareja, con la consecuente desintegración de matrimonios de
varios años.
Se podría entender este comportamiento
si pensamos que cuando nos casamos es en principio para la eternidad, sin
embargo dicha eternidad no es la misma actualmente que hace un siglo; ya que si
consideramos una edad promedio para contraer matrimonio los 25 años y la edad
de muerte a los 75 años, estamos hablando de una eternidad de 50 años, que
comparada con la mortandad del siglo XIX, se ve prácticamente duplicada.
A esto habría que adicionarle que
muchas veces cuando la pareja se ve en la etapa del nido vacío (que es cuando
los hijos han dejado el hogar paterno), en ocasiones considera que ya no tiene
razón de existir como tal, y si los cónyuges no han sabido estrechar sus lazos
afectuosos, de comunicación y respeto, es en este momento que se puede
desencadenar el rompimiento de la díada.
Es por esto que, cada uno de nosotros
debe trabajar desde este momento, en nuestra vejez, preparándonos para no ser
una carga económica, física o moral para nuestra familia, pues mucho de la
forma en que lleguemos a la recta final de nuestra existencia, dependerá de la
manera en que deseemos afrontarla, y si empezamos adoptando medidas higiénicas,
de salud, económicas y de actitud, podremos decir que viviremos esta etapa como
un proceso de consolidación personal, con plenitud y aceptación necesarias.
Si desde niños se nos enseña a
prepararnos para la vejez, veremos este periodo como una meta de plenitud,
donde el espíritu se encuentre satisfecho de los logros realizados a lo largo
de la vida, y no como la etapa en donde el ser humano debe ser marginalizado,
estigmatizado y poco respetado. Únicamente una actitud de “alerta” ante la
vida, nos permitirá prepararnos dignamente para la tercera edad, y no sólo para
ella, sino también para la muerte.
Ma. del Rocío González Miers*
Autora del libro “Los retos de la 3a.
Edad”, publicado por Ed. Trillas
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