de los malos vicios que se pueden engendrar cuando uno tiene familiares que se dedican a la delicada misión de sustraer las joyas o los bienes que no les pertenecen; y que ya en su poder, ya nada más los reparten con sus amigos de las mismas malas mañas, y que por esto los mandan a la cárcel al destierro o se los llevan, con gastos pagados, al más allá por que en el más acá ya no los quieren quedando dispuesto por tanto para todos aquellos a quienes les gusta lo ajeno y que ya muertos andan penando sus penas, con el bulto de lo robado, en la plaza mayor y en las mismísimas habitaciones del palacio nacional
Cuando el fraile del convento de la merced cerró el gran portón de madera del templo y apagó pacientemente las veladoras, las linternillas de aceite y los cirios que alumbraran a los santos y al altar mayor, nunca imaginó que un hombre de cuarenta años se encontraba agazapado tras una de las grandes columnas del recinto y, para esconderse mejor, con un movimiento ágil se metió en un confesionario.
El que acechaba y estaba parapetado en el enorme silencio del templo, era josé maría salinas. Y josé maría salinas estaba ahí, oliendo la cercanía de la madera del roble, y trataba de que su respiración se relajara para moderar los latidos del corazón, que amenazaba romper la piel y salir huyendo con su miedo. Estaba ahí para robar las joyas valiosas que ornamentaban a los santos y a la virgen que embellecían el altar mayor.
Cuando el fraile cruzó la puerta que lo llevaba al claustro para dormir en su celda, josé maría salinas encendió un pequeño cabo de cirio para despejar la gran oscuridad y el silencio que había cobijado a los santos.
El robo
todo empezó cuando josé maría salinas reunió a dos amigos para persuadirlos de que robaran las joyas sagradas que estaban en el templo de la merced . Él les informó que ya sabía a qué hora se descuidaban y cerraban el templo los frailes mercedarios. Sus amigos, también maleantes como él, dudaron en acompañarlo.
- es un templo... ¡y eso es pecado de condenación!
Ante la negativa, josé maría decidió robar solo en la casa de dios. Y así fue. Entraba el mes de abril de 1823, con lluvias abundantes para las tierras de labranza y con aguas que encharcaban las calles maltrechas y abandonadas de la ciudad de méxico.
Ahora estaba dentro del templo. Eran alrededor de las dos de la mañana cuando josé maría salinas se movió de su escondite, justo en el momento en que uno se entrega al sueño más profundo. Deteniendo su miedo ante tantas imágenes santas, se dirigió al altar mayor para extraer de uno de los sagrarios el sol de oro de la custodia. Pero además, en su gozo de ladrón, se comió la ostia que estaba en el copón; y se la comió sin ningún remordimiento, como si la maldad le viniera de muy lejos y también llevara la maldad de su apellido más lejos
de otro sagrario tomó un copón de plata y oro macizo; cargó con la custodia que estaba llena de diamantes, y después se dedicó a quitarle la corona a la virgen. Sus pequeños ojos ávidos buscaron más objetos que saquear; si ya estaba en la casa santa había que aprovechar; sólo le bastaba estirar la mano. Sentía que todo lo que había ahí de valioso le pertenecía. Y joyas y más joyas fueron a parar a su costal mugriento, que era testigo mudo del robo.
Y cuando llenó su apetito, salió del templo de los mercedarios y vio que una luna ciega lo perseguía por las calles, de una esquina a otra. Cuando pasó por los contrafuertes del convento de san jerónimo, sintió que las joyas hacían demasiado ruido, y se sentó junto al rincón que hace la torre del campanario y la sobria fachada del convento que albergó a la poetisa y prestamista, sor juana inés de la cruz. El lugar olía a orines y a excremento, esto hizo que josé maría salinas levantara su cuerpo y echara a andar sus miedos...
Cuando pasó por el colegio llamado de las vizcaínas, sintió que unos pasos venían tras él, pero no era nadie. Los nervios y el sudor no lo dejaron hasta que llegó a su casa; allá por el barrio de san juan moyotla. Ya en la puerta de madera vieja, descansó y miró a la luna con reproche, con reclamo. Reclamo por haberle alumbrado el cuerpo para que su sombra nerviosa lo acompañara por las sucias calles de la ciudad... Antes de entrar en su casa escuchó a los lejos el grito cansado del sereno:
-¡las treeess y sereno y las ánimaaass duermennn!
En su catre organizó su pensamiento para idear cómo desengarzar las piedras preciosas y vender cada joya. Había que esperar. En unas horas, el alba se asomaría en el horizonte.
La condena
los días siguientes lo acompañó la buena suerte, todo iba de maravilla; pero, por fortuna -la de las joyas y la de la suerte- se le terminó, porque la justicia, azuzada por el pueblo que clamaba venganza, lo descubrió gastando mucho dinero y dándose lujos que lo delataron. Lo tomaron preso en la pulquería altuna. Lo encontraron bebiendo y hablando de su gran suerte por la benigna vida: la que ahí se le terminó. Lo llevaron a la cárcel de la acordada, situada en la calle del calvario (hoy avenida juárez esquina con bucareli ).
El juicio no duró muchos días, el pueblo pedía su cabeza y la justicia se movió al ritmo del descontento popular. El 26 de abril del mismo año, lo sentenciaron a morir ejecutado. Pero antes, frente al mismo templo de la merced, de un machetazo le cortaron la mano derecha -quizá la que más pecó en el robo- para clavarla y exhibirla, aún ensangrentada, en una pared dentro del atrio.
El comprador de las alhajas, mariano sotomayor, también fue sentenciado a la pena de muerte. Francisco arellano, quien desmontó las piedras y que además vendió varias, fue sentenciado a diez años de presidio en el puerto de acapulco; fueron castigados también pablo ortiz, juan prado -comprador de las piedras preciosas- y su esposa, por haber alumbrado mientras desmontaban las joyas sagradas y por haber aceptado un diamante de la custodia y, además, por haber ocultado las alhajas en casa de laureana lemus. La sentencia para las dos mujeres: diez años y cinco años de cárcel respectivamente, que purgarían encerradas en la triste casa de recogidas del barrio de san lucas.
El 29 de abril, todos los reos de este innoble y tan comentado suceso, fueron sacados de su encierro para mirar la ejecución de josé maría salinas y mariano sotomayor.
Cuando el pueblo se enteró del castigo que recibió el ladrón del patrimonio sagrado del templo, muchos no se sintieron satisfechos, querían que le hubieran entregado a ese hombre para castigarlo con sus propias manos y decían que bien merecía los fuegos a perpetuidad del infierno.
-¡salinas merece que se le queme vivo! -decían las mujeres que lo odiaban por ladrón.
¿y la mano que le cortaron?
La mano de salinas permaneció por muchos años en el sitio donde fue clavada hasta que se fue secando y poniendo prieta. Y aunque los mercedarios le pusieron un tinglado para protegerla del sol y la intemperie, se fue haciendo polvo entre los polvos de la ciudad de méxico. Algunos de los huesos que quedaron, es decir, la falange, la falangina y la falangeta, se los llevó –según las malas lenguas- una curandera para molerlos y hacer brujería.
Al tiempo, la mano fue reemplazada por una de bronce, idéntica a la de salinas, con su color negro y con las arrugas que tanto infundían temor entre la gente del pueblo. Pero años después, también desapareció. Alguien en algún descuido de los frailes y feligreses, se la robó. El tiempo y también las leyes de reforma, desaparecieron el templo de dos aguas y emplomada de los mercedarios.
Pero si la piqueta de los liberales, en el siglo xix, desapareció y mutiló los conventos, hoy la memoria no se pierde del todo. Sí, porque la mano derecha de josé maría salinas está -para vergüenza de los ladrones que desean el patrimonio ajeno- en la esquina de jesús maría y uruguay.
Esta ahí ya no de bronce sino de piedra. Un gran clavo la dejó detenida en medio del capricho de dos estilos que adornan esa casa colonial: el barroco de bella hornacina con su santo y el art nouveau sobrepuesto en la fachada que da paso a la entrada de una vinatería
no mentimos, es la verdad, y si la mano de salinas, nosotros le organizamos una visita. Este es un buen remedio para brindar y decir salud para que los salinas ya se dejen de raterías que en buen desprestigio se han metido.
El escarnio es cosa y asunto de pensarse desde almoloyita hasta dublín, pasando por el exconvento de la merced.
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