No hay que temer a los días negros.
Debemos aprovecharlos, porque nos ayudan a reiniciarnos y son los que nos
indican que también habrá días claros.
Todos tenemos esos días negros y
oscuros en los que nada sale derecho. En los que pesan las penas, nos hunde la
amargura y los pensamientos se vuelven desordenados.
Puede parecer extraño pero, en
realidad, no solo está bien tenerlos, sino que es hasta adecuado pasar por
ellos.
La razón es sencilla: nos sirven de
reinicio. Es como abrazar durante un momento a nuestros demonios, conocerlos
cara a cara para, seguidamente, volver a levantarnos.
No obstante, todos estos procesos
deben ser puntuales en el tiempo. Momentos en los que entrar para luego salir.
Porque los días negros no deben convertirse en semanas ni meses negros.
Al malestar, al desánimo, al enfado,
la frustración o la decepción se le vencen. Para lograrlo, debemos hacer uso de
adecuados mecanismos internos que pasamos a explicarte a continuación.
Los días negros, paréntesis
existenciales.
Las personas solemos defender muy bien
nuestros espacios privados. Vestimos gruesas armaduras y, en ocasiones, hasta
habitamos detrás de máscaras de fingida alegría con las que mantenernos a flote
la mayor parte del tiempo.
De algún modo, a todos nos han
enseñado que los días negros no existen. Que, de experimentarlos, es mejor
esconderse, disimular y avanzar como si nada pasara.
De hecho, hasta es común no tener
tiempo para ello.
¿Cómo voy a permitirme un paréntesis
para entender qué me pasa? ¡Con todo lo que tengo que hacer!
Si me duele la cabeza me tomo una
aspirina, si estoy agotado me siento… Sin embargo, ¿qué hacemos cuando nos
atrapan las penas, el desánimo y la tristeza?
Nadie nos ha enseñado a canalizar
estas emociones. Por ello, antes de afrontarlas, solemos pasar una época en
que, sencillamente, nos resulta más fácil hacer como si nada ocurriera.
Sin embargo, hay que tenerlo claro. Lo
que duele se queda. Lo que no se afronta deja huella. Más aún: lo que no se
resuelve persiste hasta enfermarnos física y emocionalmente.
La importancia de llorar cuando lo
necesitamos
Si nuestra biología nos ha dado esta
conducta es por una razón muy concreta. Llorar es un mecanismo fisiológico que
sirve como catarsis emocional.
Es un canal de desahogo para nuestras
emociones.
Este comportamiento caracteriza ante
todo al ser humano (a día de hoy aún no existen conclusiones claras sobre si
animales como los elefantes también lo hacen).
El llanto es la forma más saludable de
aliviar tensiones, de oxigenarnos y de permitir que nuestro cerebro vea las
cosas con mayor claridad.
Lo que un buen llanto no alivie no lo
hace nada más.
En caso de que lo reprimamos, la
tensión emocional se acumula y se somatiza. Es decir, ese malestar termina
convirtiéndose en dolores de cabeza, cansancio, más malestar…
La importancia de detenerte cuando así
lo necesitas
Detenernos cuando somos conscientes de
que llega uno de esos días negros no implica necesariamente alejarnos de todo o
de todos.
Los días negros necesitan, ante todo,
que “nos paremos” y tomemos conciencia.
Hemos de realizar un delicado viaje
interior para ahondar en nuestras oscuridades. Saber qué duele, qué molesta,
qué preocupa, qué nos bloquea.
Tomar conciencia es desenredar nuestro
yo para sacar a la luz nuestras fragilidades y repararlas. Porque, en realidad,
cuanto más gruesa es nuestra armadura, más frágil es el ser que habita en su
interior.
Todos necesitamos abrazar a esos
demonios para domarlos, para hacerlos pequeños y controlarlos.
Sin miedo a decir qué necesitas
No hay que tener miedo a verbalizar
las propias necesidades. De hecho, algo tan sencillo como aprender a ser
asertivos nos va a ayudar a conocer mucho mejor a la gente y sus reacciones.
Así pues, no temas decir que necesitas
unas horas para ti solo. Para pensar, para pasear, para estar con tus
pensamientos y, simplemente, desahogarte.
Asimismo, tampoco debe darte apuro
pedir ayuda. Los días negros pueden volverse de gris claro, hasta azules, solo
con compartir tus pensamientos con un amigo ante un buen café.
Los días negros son como tormentas
puntuales que hay que dejar que exploten. Es necesario vividlas para disfrutar
después de ese viento refrescante, de esa atmósfera más pura donde toda la
tensión ha quedado evaporada.
Dimensiones como la toma de conciencia
de las propias necesidades, el desahogo emocional y el apoyo de un ser querido
pueden ser vitales para afrontar estas situaciones.
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