El día
en que todos nos demos cuenta por fin de que no necesitamos a nadie más que a
nosotros mismos para ser felices, ese día cambiarán muchas cosas. Ya no habrá
decepciones ni discusiones inútiles, ya no hará falta de nadie para que nuestro
día a día sea perfecto.
Basamos
parte de nuestra felicidad, una gran parte, además, en las personas de las que
nos rodeamos. El problema viene cuando esas personas nos fallan, cuando lo
hacen una vez tras otra y te preguntas por qué demonios les dejaste entrar en
tu vida, por qué les diste la opción de hacerte daño y por qué, a pesar de
todo, sigues cayendo una y otra vez en el perdón y en nuevas oportunidades, aún
a sabiendas de que no han cambiado.
Ojalá
que todo fuera más sencillo, ¿verdad? No necesitar de nadie más que de ti mismo.
Pero es que los humanos no somos así, necesitamos de los demás para tantas
cosas que al final ya no sabemos lo que es estar completamente solos. Por eso,
después de discutir con alguien cercano nos sentimos tan mal, tan desamparados,
como si el mundo se hubiera vuelto gris y la desesperanza se adueñará de
nuestro estado de ánimo.
Qué
bonito sería no necesitar de nadie, ser inmune al mundo y a los que nos rodean.
Qué sencillo sería todo si el único que me pudiera fallar fuera yo mismo,
preocuparme única y exclusivamente de mi propia felicidad, la cual no habría de
estar repartida entre diferentes personas capaces de hacerla pedazos cuando les
venga en gana.
En fin,
como dije al principio, ojalá que un día nos demos cuenta de que no necesitamos
a nadie más que a nosotros mismos. Ese día cambiarán muchas cosas.
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